Hubo un tiempo en el que la gente hablaba mirándose a los ojos. Es lo que se conoce como conversar. En una conversación en vis a vis, por aquello de que interactúan varias personas, se produce un intercambio de ideas en el que la argumentación suele tener un papel protagonista. Eran otros tiempos. Era el mundo antes de las redes sociales.

La política, como no podía ser de otra manera, también se está viendo afectada, e incluso alterada, por este nuevo escenario en el que Twitter y Facebook se han convertido en el escaparate público de la denominada posverdad.

Un buen ejemplo de ello es el actual proceso de primarias del PSOE. Con tres candidatos en liza y una militancia altamente dividida, la cuestión es si el partido socialista está en condiciones de afrontar positivamente este proceso en el actual contexto de redes sociales. Lamentablemente, parece ser que no. Lo cual, a su vez, plantea una segunda cuestión: ¿son las redes sociales el problema o es el uso que se hace de ellas? Todo apunta a lo segundo.

La candidatura de Pedro Sánchez ha construido su razón de ser en torno a la idea de que hay dos modelos de organización diferenciados: un PSOE de izquierdas que representa a las bases frente a otro de derechas que representa a las élites. Un discurso que, llevado a la simplificación del «no es no» y del «sí es sí», encaja perfectamente en los 140 caracteres de la política de la posverdad. La consecuencia de ello es un partido altamente polarizado con una militancia cada vez más radicalizada.

No deja de ser una pena el hecho de que la actitud de una minoría militante a través de las redes pervierta estas primarias. Sobre todo, porque con casi siglo y medio de vida, el PSOE es un partido que se caracteriza por la defensa histórica de la democracia así como de los valores que la inspiran: tolerancia, respeto, diálogo, argumentos. Justamente lo que se echa en falta en algunos perfiles de redes sociales.