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José Luis Ábalos, el escudero leal de Pedro Sánchez

Pocas cosas que puedan suceder en el PSOE le suenan de nuevas al flamante portavoz interino de los socialistas en el Congreso. Dirá el lector que el cargo tampoco es para tanto, dado que es provisional hasta la celebración del congreso federal, los días 17 y 18 de junio, pero tiene la relevancia de ser el primer nombramiento del héroe socialista Pedro Sánchez. Por si quedaban dudas, José Luis Ábalos Meco (Torrent, 1959) es su hombre de confianza, su mano derecha. Su escudero más leal. Aquel que en los tiempos depresivos tras el espectacular derrocamiento del secretario general y el abandono de filas de los más cercanos colaboradores se mantuvo inmóvil a su lado para empujarle después a dar un paso al frente y presentar batalla. O era él o sería otro, pero el caldo de cultivo permanecía entre la militancia, no se había apagado, y él era el ideal para capitalizarlo. Algo así le dijo y él hizo caso. Ya sabemos qué pasó después.

A Ábalos no le caía de nuevas lo sucedido a Pedro Sánchez porque él lo vivió en su propia piel a escala valenciana y en el papel antagonista al que ahora le tocaba a Sánchez. Era el año 2000 y él era el ungido por Ferraz (personalizado entonces por José Luis Rodríguez Zapatero) para ser el nuevo secretario general de los socialistas valencianos. Le salió un competidor que, visto desde el año 2017, vendría a representar algo así como el espíritu Pedro Sánchez. Se llamaba Joan Ignasi Pla y era un dirigente que había ganado la secretaría general y al que los poderes fácticos del partido habían obligado a dimitir. Entonces no se estilaban aún las primarias, pero Pla, el candidato alternativo y a contracorriente, ganó en el congreso de Alicante a Ábalos, el aspirante oficialista, por nueve votos. Fue su peor día en el partido.

Pero sobrevivió. Como siempre. Porque Ábalos es una figura inamovible en el partido socialista valenciano (PSPV-PSOE) desde los años 80 del siglo pasado, su periodo de formación, hasta ahora. Con sus detractores (acérrimos), que han dado pábulo a la leyenda (negra o no) de político de verbo atractivo y escasa capacidad de gestión, y su grupo de incondicionales. Este pequeño ejército le ha concedido una cuota de poder que él ha tenido el olfato (o la sabiduría) de colocar en el sitio correcto.

Ábalos es sanchista antes de que Pedro Sánchez fuera el nuevo rostro guapo del socialismo español en 2014. Se conocieron en la bancada del PSOE en el Congreso de los Diputados (el valenciano llegó a la Carrera de San Jerónimo en 2009) y formaron un grupo de amigos (ahí entraría también la entonces diputada por Castelló Susana Ros) en el que el candidato se apoyó cuando se lanzó a la carretera en 2014 para intentar alcanzar, como hizo, la secretaría general del partido. El casi desconocido en aquel momento aspirante se alojaba en casa de Ábalos cuando le tocaba conquistar las comarcas mediterráneas.

Queda dicho que la lealtad es el primer valor del nuevo portavoz parlamentario que destacan sus colaboradores. Incluso sus contrincantes en el socialismo valenciano admiten su condición de negociador eficaz y cumplidor de acuerdos. Aceptó la vicesecretaría general del PSPV-PSOE en 2000 tras la victoria de Pla y no lo traicionó, pese a los momentos convulsos entre crisis tribales en un partido que empezaba a habituarse (y acomodarse) a estar en la oposición en la Comunitat Valenciana.

Ese criterio de lealtad es el que ha aplicado en los últimos meses con el amigo Pedro Sánchez. Aunque tampoco conviene dejarse llevar por lecturas en exceso naíf y bien intencionadas. Ábalos y los suyos (al menos hasta el último fin de semana) están en una situación de inferioridad en el socialismo valenciano.

El portavoz mantiene su grupo de fieles, pero ha dejado de ejercer el papel de poder en la sombra en la ciudad de València, que controló durante años, aunque delegara el puesto protagonista del partido en el Ayuntamiento de València en otros rostros.

Aunque pactó (de nuevo la característica de hombre de acuerdos, en los que siempre hay algo que ganar) ser el secretario general socialista en la provincia de València en 2012 con el equipo de Ximo Puig, que acababa de ser elegido líder del PSPV, nunca ha sido de los suyos. Y el papel de disidencia interna se había agudizado desde que la ruptura entre Puig y Sánchez se hizo patente. Se hace difícil contemplar desde esa perspectiva una reubicación valenciana más. Su momento en el partido no era el de los años noventa o la primera década del siglo XXI. Apostó todo a un futuro en la política de Madrid y a su socio, amigo y aliado Pedro Sánchez. Y ganó. Pragmatismo y lealtad. Quizá el resumen político en dos palabras del veterano diputado.

José Luis Ábalos es profesor de pimaria (entonces le decían EGB), pero lleva en política desde adolescente. Su recorrido es el de muchos socialistas de la Transición. Se afilió en las Juventudes Comunistas en 1976 (tenía 16 años) y en el PCE dos años después. Pidió la baja en 1981 para pasar al PSOE de Felipe González, que era ya la marca de la nueva izquierda española. En 1983 ocupó su primer cargo público como jefe de la secretaría del delegado del Gobierno en la Comunitat Valenciana. Fue luego jefe del gabinete del conseller de Trabajo, al tiempo que pasaba a gobernar su agrupación socialista en la ciudad (València Nord), desde la que afianzó su poder en la capital. Al ayuntamiento llegó como asesor en 1992, cuando el PSOE ya había perdido la alcaldía a manos de Rita Barberá. Entre los logros de su carrera tiene haber podido mejorar en dos ocasiones (1999 y 2003) los resultados del partido como secretario general en València. Todo tras la debacle de 1995.

Y todo es ya pasado. El presente es un renacimiento político de un señor perpetuamente barbado cuya carrera parecía en declive. La portavocía del grupo socialista en el Congreso es un presente efímero, con fecha de caducidad en unas semanas. Pero parece muy probable que, de no renovar el cargo, Ábalos ocupe un puesto destacado en la futura ejecutiva del nuevo PSOE de Pedro Sánchez. Quizá la secretaría de organización, el número dos.

Cuestión de lealtad de ida y vuelta.

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