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Villar: salta la sorpresa

¿Villar un corrupto? ¿Cómo es posible que un hombre que ha estado treinta años mandando con opacidad y arbitrariedad en el fútbol español, que ha vencido una elección tras otra, lo haya logrado merced a prácticas irregulares e incluso ilegales?

Lo increíble ha ocurrido. El presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, ha sido detenido, encausado y encarcelado, junto con su hijo, acusados de delitos de apropiación indebida, falsedad documental y corrupción entre particulares, entre la larga retahíla de cargos que les imputa el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz.

Al parecer, Villar se mantuvo todos estos años al frente de la Federación por la vía de montar una red clientelar en las federaciones autonómicas, de intercambio de prebendas y favores, que incluiría el reparto de fondos a discreción de los implicados. Un sistema caciquil y corrupto que ha cimentado el poder de Villar en el fútbol español.

Estas revelaciones resultan insólitas, casi increíbles, para cualquier observador externo. ¿Villar un corrupto? ¿Cómo es posible que un hombre que ha estado treinta años mandando con opacidad y arbitrariedad en el fútbol español, que ha vencido una elección tras otra, lo haya logrado merced a prácticas irregulares e incluso ilegales? ¿Cómo podemos pensar que un deporte tan ajeno a los chanchullos y las componendas ventajistas como el fútbol pueda dar cabida a comportamientos así? ¡Pero si Villar, sin ir más lejos, es el actual vicepresidente de la FIFA, una de las instituciones más transparentes y menos sospechosas de corrupción que existen!

Una institución en la que los presidentes también se prolongan en el cargo durante décadas, y tan cuidadosa con el fútbol base y con defender los derechos de los modestos como el propio Villar. Piénsese, sin ir más lejos, en la concesión del Mundial 2022 a Catar, una decisión claramente ajena a cualquier sombra de chalaneo o compra de votos de los honrados integrantes de la FIFA, y que seguro obedecía al intento de difundir la práctica del fútbol entre los chavales cataríes. Y si para ello hay que jugar un Mundial con una temperatura ambiente de 50 grados, pues se juega. Ya se nos explicó entonces que se cerraría la techumbre de los estadios para poner un sistema de aire acondicionado en todo el conjunto (aire acondicionado gigante accionado con dinero del petróleo: un enternecedor canto, uno más, del fútbol en honor del ecologismo); y que, si era necesario, el Mundial se celebraría en diciembre. ¡Todo por el fútbol!

Si hablamos de las buenas prácticas de Villar durante su mandato, también brilla con luz propia su gestión de los arbitrajes, imparcial y defensora de los derechos de los pequeños como sólo puede serlo alguien sin mácula de corrupción. En el recuerdo quedarán grandes momentos del arbitraje español, como ese mítico penalti de Marchena a Raúl en el Bernabéu, en el último minuto, que nadie, salvo el árbitro, supo ver. El árbitro... Y el presidente de la Federación Española de Judo, Alejandro Blanco, quien fue entrevistado por el diario As y sentenció que lo de Marchena había sido un clarísimo Ushiro Nage -una llave de judo, cabe suponer- al astro blanco. Unas palabras que quizás le valieron años después el acceso a la presidencia del Comité Olímpico Español, donde fue uno de los máximos impulsores de la candidatura -con recordado éxito- de Madrid 2020.

Villar encarna como pocos dirigentes esa tónica tan española de patrimonialización del cargo y perpetuación en el mismo: una vez se llega a la poltrona, el objetivo es mantenerse en ella. Y para conseguirlo, si hay que incentivar un poco a los votantes para que voten por uno, o desalentar a los que osan amagar con presentarse contra el candidato oficial, pues se actúa en consecuencia. La democracia, en este tipo de instituciones opacas y que no rinden cuentas a nadie, funciona de manera un tanto peculiar, aunque con un principio motor claro: al final del camino, los dirigentes que se pasan décadas en el cargo salen de él forrados... aunque algunos salgan para ir a la cárcel.

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