La posición socialista sobre el asunto que nos ocupa y en este momento lo que nos mantiene ocupados a todos -Cataluña- se sustenta en dos elementos estratégicos y uno táctico, dicho sea en términos castrenses. Por un lado, el concepto de plurinacionalidad y la reforma constitucional y por otro la reapertura del diálogo.

Vayamos por partes. La afirmación de que España es un Estado plurinacional me suscita algunos interrogantes. Por ejemplo: ¿después de casi seiscientos años España es tan solo un Estado o también es una nación?, ¿consideran los independentistas catalanes que ambas nacionalidades son compatibles?, ¿coexisten dentro del Estado español territorios que constituyen una nación y territorios que no disfrutan de esa naturaleza?, ¿son Cataluña y el País Vasco una nación pero no lo son Galicia, Valencia, Asturias, Navarra, Castilla, Andalucía o Aragón, por citar algunos posibles aspirantes?, ¿quién lo decide?, ¿es la condición de nación una realidad predeterminada o podría sobrevenir por la expresión de la voluntad popular?, es decir, ¿podrían los extremeños convocar un referéndum y definir su condición nacional? ¿o extremeños, murcianos, riojanos y cántabros, por citar algunos ejemplos, quedan excluidos por principio?, ¿la condición de nación conlleva ventajas, diferencias en el trato, o privilegios para los nacionales en relación con aquellos que no la tienen?, ¿el estatus de nación dentro del Estado comporta consecuencias jurídicas o se limita a una declaración sin otro objetivo que alagar vanidades y contentar egos? y en tal caso, ¿tendrá alguna utilidad?, ¿pondrá fin al proceso?

Me sucede lo mismo con la reforma constitucional. Vaya por delante que no me opongo de inicio, pero estaremos todos de acuerdo en que una reforma de la Constitución es un asunto muy serio que no podemos abordar con frivolidad. Despierta también esta cuestión mi insaciable curiosidad. ¿Exactamente qué artículos se verían afectados por la reforma?, ¿qué textos en concreto propondría el PSOE para sustituir la redacción de los artículos comprometidos?, ¿qué grado de consenso se consideraría suficiente para llevar adelante con garantías la trasformación de nuestra ley fundamental? Para cerrar el apartado estratégico, permítanme que les plantee una última cuestión: ¿se me ha pasado a mí o tampoco ustedes han escuchado de boca de los socialistas una sola contestación a cualquiera de estas preguntas?.

Por último, queda la cuestión táctica de la reapertura del diálogo. Bien, el diálogo, como el amor, es cosa de dos y si uno no quiere deviene en imposible. Carles Puigdemont estableció los márgenes cuando afirmó que estaba dispuesto a hablar sobre «el referéndum o el referéndum». Coincidirán conmigo en que el presidente del Gobierno de España, sea quien sea, no es el mejor interlocutor para dialogar sobre cómo se van a vulnerar todas las leyes españolas y catalanas de una sola tacada.

Con independencia de que no parece que Pedro Sánchez, que ha hecho del «no es no» el eje de su pensamiento político, sea el personaje más indicado para transformarse en el apóstol del diálogo. ¿Podría alguien de entre las filas socialistas concretarme sobre qué pretenden conversar?, ¿sobre el referéndum o solo sobre el referéndum? y ¿cuáles son a su juicio los límites de ese diálogo?

Jugándonos la supervivencia de nuestro país, cuando menos como lo conocemos durante el último medio milenio, ¿creen ustedes sinceramente que podemos confiar en los socialistas en tanto en cuanto no despejen todas estas incógnitas? Y finalmente, ¿piensan que introducir en la ecuación a Podemos y Compromís mejoraría nuestras posibilidades?