No recuerdo cuántas veces he celebrado en falso el cierre de la obsoleta central nuclear de Garoña, pero desde el accidente de Fukushima y las nuevas medidas de seguridad obligatorias -con el desembolso económico que ello supone para el titular- la espada de Damocles pendía sobre su reactor. Finalmente, hace poco más de una semana el ministro de Energía, Álvaro Nadal, notificada oficialmente el cierre, tras cinco años de inactividad. Esto ha sucedido, por cierto, después de un informe favorable a su reapertura por parte del pronuclear Consejo de Seguridad Nuclear.

La largamente esperada clausura definitiva no se produce especialmente por la presión de los ecologistas -que han hecho lo que han podido, pero nunca han conseguido cerrar un reactor gracias a sus espectaculares acciones directas- ni principalmente por la intervención de los partidos de la oposición -pudo cerrarla el PSOE cuando gobernaba, pero no se atrevió- ni desde luego por el PP, que siempre ha apoyado la energía nuclear y la continuidad de Garoña. La central se cierra, como de costumbre, por un tema económico: a Iberdrola no le salen las cuentas de beneficios tras las costosas inversiones que debería realizar para conseguir de nuevo el permiso de explotación. Y aunque Enel-Endesa, su otro socio de Nuclenor, sí parecía estar por la labor, basta con que un socio se baje del carro para que el proyecto sea inviable.

A diferencia de Italia o Alemania, en España la opinión de la ciudadanía no parece tener mucho peso en lo relativo a la vida de las nucleares, solo el beneficio que puedan reportar o no a las compañías eléctricas. La siguente prueba la tendremos con Almaraz I, que cumplirá en breve 35 años de explotación, la segunda más antigua del parque nuclear español tras Garoña. De nuevo le tocará a Iberdrola decidir -si todo sigue igual a nivel político- pues es su socio mayoritario. Y como de costumbre será el cálculo del coste/beneficio económico lo que inclinará la balanza, no otras cuestiones relativas a la seguridad o la participación de la ciudadanía en el modelo energético.

Cabe insistir en que no es cierto que las nucleares sean imprescindibles para mantener nuestro sistema eléctrico, basta con impulsar la necesaria transición a renovables a la vez que se van cerrando los reactores de forma escalonada, en función de su tiempo de explotación y del riesgo que supone el envejecimiento de sus sistemas. Sin embargo, hay que recordar que tanto el PP como las eléctricas están haciendo todo lo posible para dificultar dicha transición, incluidas las cuantiosas trabas que ponen a los pequeños productores fotovoltáicos, trabas que no existen en otros países europeos.