Es en la época estival y con este calor, uno puede permitirse el lujo de pasar horas mirando la televisión con el aire acondicionado puesto y el objetivo consciente de dejar correr el tiempo a la espera de que afuera refresque. Pero a poca sensibilidad que uno tenga, incluso en ese matar el rato, algo se despierta en tu conciencia cuando ves anuncios y programas con un contenido flagrantemente invasivo.

La publicidad, particularmente de bebidas, perfumes, ropa, cremas y cosméticos en general, nos ofrece cuerpos increíbles, perfectamente planchados, figuras hermosas que quitan el hipo. Ese culto a la belleza se da incluso fuera del ámbito publicitario, en espacios de máxima audiencia en los que el presentador de turno nos induce a unos retoques y a no tener miedo al quirófano para intentar acercarnos a los cánones al uso, o al menos, no alejarnos demasiado de ellos.

Ya se ha convertido en habitual tener que soportar una semana completa los comentarios elogiosos de periodistas y tertulianos hacia la compañera o a la famosa recién operada para eliminar de su piel la huella del paso del tiempo.

Pero el marketing televisivo tampoco olvida a ese público más cercano a mi generación al que se le recuerda que tiene remedios para la pérdida de orina, pegamentos eficaces para la dentadura postiza, tintes para recuperar la oscuridad del cabello, rayos mágicos para que siga fijado a nuestra cabeza, ungüentos que permiten volver a coger la bicicleta o subir con agilidad las escaleras, geles que eliminan dolores musculares e incluso maquillajes para disimular las arañas varicosas que nos indican que dejamos atrás nuestras piernas juveniles.

Para este país -seguramente para el mundo occidental- la arruga no es bella, pero en España lo atestigua el liderazgo en intervenciones para el rejuvenecimiento. Parece que ya no escandaliza que se pueda regalar a un pariente un aumento de pecho, un lifting o una liposucción.

A cierta edad oímos con cansina frecuencia frases como: «estás igual», «por ti no pasan los años», «qué bien te conservas» o «no aparentas la edad que tienes», y eso es señal de que, efectivamente, hemos envejecido y el tiempo ha pasado sobre nosotros.

No nos engañemos. La búsqueda del elixir de la eterna juventud ha sido una constante en la historia y eso implica, queramos o no, que a nadie le ha gustado ni le gusta envejecer. No está de más, pese a todo, recordar que no hay otro remedio que aceptar y ser consecuente con el inexorable paso del tiempo.