El que inventó esa coletilla para encuestas y evaluaciones, no sabía que estaba abriendo un mundo mágico llamado a cambiar los parámetros de la opinión, de la declaración, e incluso, de la justicia.

No saber y no contestar, van siempre de la mano, sin derecho a casilla propia aunque, en realidad no es lo mismo. No saber es ignorancia. No contestar sabiendo es voluntad inequívoca de no querer colaborar.

Imagínense en un examen, cuya respuesta a una pregunta es no sé/no contesto. El evaluador duda. Si no sabe, es cosa de mandarlo al repaso. Si no contesta, pero sabe, la solución no es repasar, sino investigar qué está sucediendo.

Cuando un servidor público recurre al socorrido no sabe, no contesta, sospecho que incurre en un delito moral que, como ustedes saben, no tiene ninguna trascendencia porque la moral se ha esfumado con los calores del cambio climático. Es un delito que no se juzga en ningún sitio; para maldición de la humanidad queda impune eternamente y se cobija en la guarida de esa frase terrible que dice: no es ético, pero es legal.

Si el político de turno no sabe lo que debería saber, hay que mandarlo a casa para que repase sus deberes, porque a la ciudadanía se le obliga a que cumpla las leyes aunque no las conozca, ¿recuerdan? Pero si sabe y que quiere decirlo, es un obstáculo para la verdad, y también debería dimitir. Cualquiera se fía de alguien que no sabe lo que debe, o no dice lo que sabe.

La diferenciación profunda entre las responsabilidades políticas y las otras, las de todos los mortales, hace que la justicia discurra por caminos que no se tocan. Uno es la realidad, el otro la ficción.

Porque no puede ser real que un presidente declare con privilegios ante un tribunal, además diga que no sabe, y se muestre altivo hasta la impertinencia con los abogados que están haciendo su trabajo. A cualquier otro le hubieran expulsado de la sala, le hubieran mandado al rincón de pensar para que volviera a declarar después de ingerir una ración doble de humildad y de compromiso con la ciudadanía. Pero eso ocurriría en un país real. En este no.

En este, el presidente como respuesta se sube al púlpito, confunde tener mayoría exigua con ser inocente, reparte estiércol entre sus señorías, y se marcha tan ufano entre aplausos minoritarios. Mientras, la verdadera mayoría sigue con dimes y diretes. Y la ciudadanía, atónita.