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La violencia también es eso

La madre de la niña asesinada en Alzira no tenía dinero para alquilarse un piso aparte del del agresor y mucho menos para un abogado. De hecho, no tiene ni para enterrar a su hija. La violencia machista engorda y crece en la dependencia económica, un grillete sin respuestas todavía por parte del sistema.

D ice una amiga de la madre de Alzira, que ésta no pudo separarse del asesino de su hija de tan solo dos años porque no tenía dinero para pagarse a un abogado. De hecho, explica también en las páginas de este periódico, que la joven de 24 años que a partir de ahora será una muerta en vida, por no poder no podía ni pagarse el alquiler de un piso, con lo que estaba obligada sí o sí a seguir compartiendo vivienda con el futuro asesino de su hija pese a saber que, como él mismo había anunciado en varias ocasiones, estaban ambas condenadas a muerte si ella se iba. Todo era cuestión de tiempo. Y de dinero, claro. Victorina no puede ni pagar el entierro de su hija.

La violencia machista también es esto. Son los insultos, los golpes y el asesinato. El terrorismo sistemático desde que amanece hasta el anochecer sin pausa alguna. Pero también es la violencia ejercida por un sistema que no funciona en muchos de los aspectos que tienen que ver con la defensa de los derechos de la mujer y que incluso es perverso en algunas de las decisiones que adopta. La violencia también es la dependencia económica, que se marca en rojo en el extracto de la cartilla bancaria e impide a una mujer amenazada 24 horas al día disponer de un abogado. La violencia también es la creencia profunda que tienen muchas mujeres -pese a campañas y acciones institucionales- de que no hay nadie fuera que las pueda ayudar de verdad; de que las órdenes de alejamiento no funcionan porque el asesino se las salta y mata; de que no hay subvenciones ni ayudas públicas que les permitan la autonomía financiera necesaria para poder, al menos, salir de la zona de muerte.

La pobreza es violencia y la violencia también es el difícil acceso a la información para quien no tiene dinero ni recursos de cualquier tipo, para quien es una joven inmigrante rumana como la madre de Alzira que no puede ni pagar un alquiler y quizás tampoco saber que puede disponer de un abogado de turno de oficio. A lo mejor tampoco sabe que hay protocolos y gente formada para ayudarla. Lo más seguro es que, simplemente, no se fiara de nadie ni de nada, el principal obstáculo con el que se encuentran quienes sí ayudan. La profunda desconfianza en un sistema que cuando falla, falla hasta quitarles la vida.

Y también es violencia tener cruzar los dedos cuando el padre de tus hijos, condenado por maltrato, se los lleva horas o días porque el sistema entiende que uno puede ser maltratador y buen padre sin que sea contradictorio. Y así tiene el sistema a cientos de mujeres con el ´ay´ en el pecho cada vez que el hombre que les puso la mano encima, las amenazó de muerte o las llamó ´putas´ mete en el coche lo que más quiere con el riesgo de que, en un ataque de venganza como hizo el asesino de la pequeña de Alzira, acabe no volviéndoles a ver.

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