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Jorge Dezcallar

Tenderos pero no mártires

Hay dos tragicomedias que no paran de acecharme cuando escribo, la de los independentistas catalanes y la del brexit. Ambas son insuperables y tienen rasgos comunes pues tienen más de tragedia que de comedia y derivan de las mismas pulsiones populistas del sálvese quién pueda que nos ha traído la dura crisis económica de 2008 y no únicamente en España o en el Reino Unido. Mientras los xenófobos del brexit tratan de proteger a Gran Bretaña de inmigrantes europeos o de la proliferación de reglas procedentes de Bruselas, los independentistas quieren separar a Cataluña del resto de España porque creen que así vivirán mejor. Es falso, pero los indepes mandarían más y el miedo que eso da ha puesto en fuga a tres mil empresas que representan más del 50% del PIB catalán. El dinero no se deja engañar. Hay populismos de derechas como esos flamencos del Vlaams Belag pronazi, racista y homófobo que jalean con entusiasmo a Puigdemont por las calles de Bruselas, y los hay de izquierdas como Podemos, que nace solo seis meses después que la Asamblea Nacional Catalana y las protestas del 15 de mayo de Madrid, que son coetáneas.

Yo entiendo mejor que haya nacionalistas de derechas, como Iniciativa por Alemania o el Frente Nacional de Francia, que nacionalistas de izquierdas porque la izquierda siempre ha sido internacionalista y para ella los seres humanos valen lo mismo y deben ser iguales con independencia de su lugar de nacimiento. Claro que la izquierda se ha quedado tan descolocada con la crisis que en estos momentos de ella cabe esperarlo todo, como muestran los bandazos del PSC o de quiénes se llenan a diario la boca diciendo "Estado español" para evitar decir España sin darse cuenta de que eso es precisamente lo que decía Franco.

Lo siento, pero a mi Puigdemont no me merece ningún respeto aunque tampoco le insulte como ha hecho su amigo Rufián diciendo que se ha vendido por 155 monedas. Pero no me merece respeto porque un líder debe dirigir y no ir a rastras de los acontecimientos y debe ser capaz de asumir riesgos cuando hace falta. Y Puigdemont no lo ha hecho. Desoyó Urkullu cuando le aconsejaba convocar elecciones, no se atrevió a proclamar la famosa pseudorrepública cuando tuvo ocasión, y encima escapó a Bruselas como un delincuente dejando a la mitad de su gobierno en la cárcel (con más dignidad que los que huyeron). Y ahora, en Bélgica, se dedica a poner a parir a España y a los españoles como si él tuviera un DNI sueco. Ha sido una jugada inteligente la de los jueces de no reclamar su extradición porque le han quitado el taparrabos y ahora puede quedarse en Bélgica con sus amigos flamencos todo el tiempo que quiera. Solo que si vuelve a España, esos mismos jueces le estarán esperando como también irán ahora a por los conjurados de la Moleskine, y yo espero sentencias a tono con la gravedad de la conspiración para romper el estado democrático y arruinar a Cataluña.

Y la otra tragicomedia se desarrolla a lomos del Canal de la Mancha que no parece que esta vez vaya a proteger a los ingleses como hizo cuando Felipe II envió La Invencible, cuando Napoleón decretó el bloqueo continental o cuando el mismo Hitler fue a por ellos. Todos salieron malparados. Ya no. Ahora la pugna no se dirime con brazos de agua sino con aranceles, fronteras y tribunales. Y ahí los británicos tienen las de perder frente a un bloque continental sólido de 27 países. De los ingleses se ha dicho que son una nación de tenderos (y los catalanes una nación de botiguers), lo cual puede ser elogioso porque revela sentido práctico y mercantil, y por eso la discusión ha comenzado por el dinero, que es lo que entienden bien, y van a tener que pagar un mínimo de 45.000 millones de euros como factura del divorcio además de reconocer los derechos de los ciudadanos comunitarios que viven en el Reino Unido (que seguirán protegidos por el Tribunal Europeo), y aceptar la legislación europea en el Ulster si quieren tener una frontera "blanda" con la República de Irlanda.

De entrada 3-0, parece que Messi y Ronaldo juegan juntos en nuestro equipo. Y ahora comenzará una complicada negociación para definir una relación futura, que todos deseamos estrecha y cordial y que deberá rebasar los límites de la economía para entrar en los campos de la política y de la seguridad. Theresa May, que ha heredado un buen marrón del imprudente Cameron y que se las ve y desea para controlar a su partido (acaba de perder una importante votación) y consensuar una estrategia, ha dicho que su modelo de relación futura es la que la Unión Europea tiene con Canadá, pero mejor. La verdad es que no lo entiendo bien porque el acuerdo con Canadá tardó siete largos años en negociarse, no sin sobresaltos, y además deja fuera todo el sector servicios que es crucial para Londres y para la City.

En mi opinión tanto catalanes como británicos están dando tumbos porque no se fijan objetivos realistas y, sobre todo, porque se han dejado llevar por los sentimientos y no por la razón, algo imperdonable en "naciones de tenderos". Porque los tenderos no son mártires y porque el precio va a acabar siendo muy alto para ambos. Deberían ser ellos los primeros en pedir cuentas a sus políticos.

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