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Días de perdonanza

Como todos los años llega la Navidad. Durante siglos ha permanecido fiel a su cita con las sociedades occidentales, inspiradas en la tradición cristiana, tamizada por Constantino, la filosofía griega ,el derecho romano y toda la narración histórica que nos es constitutiva.

Este año, todo hay que decirlo, la política se colará de rondón entre el sorteo de la lotería e Navidad, esa pátina de esperanza terrena que debemos a Carlos III y a sus ministros italianos, aunque el premio no nos toque nunca y la voracidad insaciable del Ministerio de Hacienda agüe la alegría de los ganadores que lo son, pese a él, durante unos minutos de eternidad.

Las elecciones catalanas del próximo día 21 pesan tanto en el ánimo público y son tan importantes para el inmediato devenir de España que nada será lo mismo estos días aunque las calles se llenen de luces, escasas en Valencia ciertamente, papás noeles, y algún que otro belén como ordena y mandata la tradición. Comidas familiares, recuerdos más o menos impostados y los que pesan de veras, los que tienen como protagonistas a los difuntos que ya no están con nosotros, a los hijos que crecieron tan deprisa que ya no somos capaces ni de recordar el fugaz paso de ese tiempo que creímos eterno y el consumismo depredador de todo lo anteriormente escrito que tinta nuestra Navidad con la banalidad de los productos de las tiendas de «chinos» del barrio y de los rituales vacios de todo contenido y embasados en la edulcorada «felicidad» por entregas que las gentes suelen desearse ,aunque cada vez menos, por estos días antaño entrañables.

Tiovivos, pistas de hielo y jolgorio de niños y familias en la Plaza del Ayuntamiento componen la estampa del crismás del bullicio y la celebración valencianas. Y, pese o junto con todo ello, estos días lo son de perdonanza. O debieran serlo. Al menos de todo aquello que pudiera ser perdonable. La perdonanza es una palabra muy olvidada y tan importante. ¿Quién no aspira a ser perdonado alguna vez?¿ Quién no tiene necesidad de intentar perdonarse en algún momento de nuestras vidas lo consigamos o no? No son malas fechas estas para ello. Por unos momentos, unas horas, deberíamos recogernos algo, antes a ese recogimiento se le llamaba meditación, y pensar en lo que quizá nos debemos personal y socialmente los españoles.

Yo creo que hemos hecho méritos más que suficientes este año 2017 para que nuestras Navidades lo fueran de perdonanza. Casi nos hemos cargado el país. Hemos quebrado la confianza de nuestro sistema institucional, cortado en dos la sociedad catalana como si fuese un animal en el matadero a punto de ser laminado en lonchas para su posterior venta plastificada. Hemos vuelto a resucitar las «dos Españas», creo personalmente que este es nuestro pecado más serio y de peor reparación y perdón más complicado y enojoso.

Las dos Españas, otra vez. Eso que hoy se ha dado en llamar el «supremacismo» que naturalmente no se da sólo de unos para otros, sino de los todos contra los unos y al contrario. Esa ira secular de los españoles que, como bien decía Unamuno, cada 80 años tenemos que liarla gorda porque seguramente nos habíamos aburrido de tanta laxitud democrática tan sólo empañada por los innumerables casos de corrupción de un pasado, que aunque próximo, los media y las redes sociales nos presentan como propio del pleistoceno medio, más o menos hace diez años, de los Eres, de la Gürtel, de los Pujol ( aunque estos rayen más de cerca la eternidad de la conspicua amenaza encubierta de todas las carpetas del mundo bien al resguardo en cajones privilegiados de desmemoria administrada) etc... Todo pareció suceder hace tanto, y fue ante ayer. Pero hoy el tiempo ya ni se detiene, se difumina, se espejea y desaparece sin dejar más rastro que un matizado y grisáceo recuerdo electrónico.

Pero ya digo, pese a todos nosotros, son días de perdonanza, o debieran serlo. Tampoco nos vendría mal ese pequeño psicoanálisis colectivo que tan poco ortodoxia demanda y ciertos beneficios pudiera depararnos.

Pero la perdonanza sólo afecta, ya lo hemos escrito, a lo perdonable que no lo es todo. Mundo, demonio y carne son perdonables en nuestra vida e historia, siempre lo fueron. Pero los intentos de volver a dividir a los españoles, a todos ellos, en bandos irreconciliables entre los que no cabe el diálogo democrático o la inteligente beligerancia de la táctica política eso no me parece digno de ser perdonado ni por la ascética perdonanza navideña. Porque semejante actitud , tan reiterativa en nuestra historia no puede ni debe ser perdonada.

Gregorio Peces-Barba recuerda en sus «Memorias» que dijo en una ocasión en la ponencia constitucional del 78 que en esta ocasión sería bueno que, en el caso de Cataluña, hicieran un esfuerzo sus señorías constituyentes que ahuyentase definitivamente la tentación , tan a lo Espartero, de bombardear Barcelona cada 80 días o cada 80 años. Afortunadamente fue escuchado, entonces, que sí hubo perdonanza y de la buena aunque no fuera Navidad. Perdonanza histórica. Sensatez histórica. Cordura política e inteligencia cívica.

Eso es lo que hoy se ha quebrado en esta España de nuestros pecados y es lo que urge reconstruir sea cual fuere el resultado de las elecciones en Cataluña y digiérase como se pueda, y eso va por barrios, entre los turrones y los polvorones de esta Navidad que más que ninguna exigen perdonanza y mucha inteligencia pública.

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