Desde mi lejana adolescencia y durante años he tenido como mío el bello puente de San José. Tan bello como los otros cuatro históricos que cruzan el río que atraviesa la ciudad, un tiempo frontero entre el casco habitante de la capital del Reino y su extensa tierra labriega. Que en esto de puentes nada tenemos que envidiar los valencianos a los que también lucen principales capitales europeas. Ni por su constitución, ni por su arte arquitectónico. Aunque Valencia los supera en agradecido sentido religioso al ubicar en ellos, cubiertos por hermosos casalicios, los patronos de la ciudad: San Vicente Mártir y San Vicente Ferrer en el del Real (s. XVI); Madre de los Desamparados en el peatonal del Mar (XVI); Santo Tomás de Villanueva y San Luis Bertrán en el de la Trinidad (S. XV) que, sin ser patronos, también la honraron con sus extraordinarias virtudes.

¿Y por qué "mí puentes de San José"? Por mi tránsito a diario por él las veces que debía acceder a zona de Na Jordana, al otro lado del río, cuando precisaba cosas de las que carecía la mía de Tendetes. Porque yo era de Tendetes por especial deferencia de aquel gran arzobispo que fue Marcelino Olaechea, al conceder a mis padres una de las viviendas sociales cuya construcción promovió con el denominado grupo Ntra. Sra. De los Desamparados. Y es, que el primer cura de la parroquial de San Juan Bosco que se erigió en dicho grupo, el afamado canónigo predicador, don Juan Benavent, había pedido a su arzobispo Olaechea el envío de un seminarista para la nueva parroquia. Y esa concesión recayó casualmente en mí, convirtiéndome en el primer seminarista que tuvo aquella parroquial; y para su primer cura en un mimado feligrés y señalado confidente en sus proyectos pastorales. Así el del puente de San José.

Porque, construido en 1486 de madera, frente al nuevo portal que se abrió en la antigua muralla de Valencia para acceso a la ciudad de los habitantes de Campanar y la Zaidia, cobró su primer nombre "Nou Portal" de este hecho; y en 1604, reconstruido de piedra tras una riada que se llevó el primitivo de madera, mudó por el de "Santa Cruz" por su cercanía a la histórica iglesia parroquial de la Santísima Cruz del barrio del Carmen. Pero en 1609, tras obtener Santa Teresa de Jesús licencia del arzobispo Juan de Ribera para erigir en nuestra ciudad un convento carmelita descalzo, lo levantó en la zona "Nou Portal", frente al río, con el título de San José, según acostumbraba en sus fundaciones, dando motivo al nuevo cambio de nombre del puente, pero ahora definitivamente "de San José".

Y mi prestigioso párroco me comentaba: ¿" Por qué el puente ha de tomar el nombre del convento y no en gracia de sus propios méritos? Por ejemplo, en gracia a honrar al patrón de las fiestas falleras erigiéndose en él una imagen a San José bajo casalicio, como se ha procedido con los otros patronos". Y pasando a la acción, hizo partícipe de su proyecto al vecino cura de Marxalenes; y este a la comisión de la falla Dr. Oloriz de la zona; y la comisión a la Junta Central Fallera con el resultado final que, por suscripción popular fallera y con las debidas licencias eclesiástica y civil, dicha bella imagen fue asentada en el puente, obra del insigne escultor valenciano Octavio Vicent, para recibir su primer homenaje de reconocimiento fallero el 19 de marzo de 1951. Desde cuya fecha y cada año se repite el acto al que acudo desde mi actual y lejana residencia. En agradecida memoria de aquel mi querido cura párroco que fue, don Juan Benavent, inspirador del festivo y ya tradicional acontecimiento del ofrecimiento de flores ante su pétrea imagen, en el día de su fiesta, San José.