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CARTA ABIERTA A XAVIER RÓDENAS

CARTA ABIERTA A XAVIER RÓDENAS ximo ferri

Es dudoso que, cuando se publique esta nota, usted haya recapacitado y dimitido de su cargo de concejal en el Ayuntamiento de Gandia, como, con su mesura habitual, no exenta de viril determinación, le exigió hace días don Guillermo Barber. En su soberbia de radical fanatizado que reniega tanto de la religión verdadera como de los principios elementales de convivencia ciudadana -bien entendidos, basados en la sagrada tradición- usted participó en una oprobiosa conjura pública contra su Excelencia Reverendísima, el arzobispo Antonio Cañizares, organizada por un grupo de degenerados -gays, lesbianas y feministas y otras gentes de mal vivir- que no solo se negaban a curarse (la homosexualidad es reversible, amigo mío, como el feminismo) sino que exhibían altaneramente sus taras poniendo otra vez a prueba nuestra paciencia y santa ira. No sorprende que Ciro Palmer, quizás inspirado por el Espíritu Santo, hablase de provocación a su Excelencia Reverendísima y todavía hoy arañe las paredes mientras gime.

La deplorable relajación de las costumbres y la relativización de valores incitadas por individuos y partidos políticos disolventes sobre las que tanto ha alertado, con profundo pesar, su Excelencia Reverendísima, son hoy moneda corriente y refugio de pecadores y volterianos como usted, siempre a punto de proferir (no lo niegue) aquella abominación, tristemente célebre, del librepensador francés: «Écrassez l'infàme!» Gracias al cielo, los ominosos fulgores de las Luces parecen apagarse y resurgen con brío renovado las llamas del infierno advirtiendo de su destino a los impíos.

Quienes en el colmo de su arrogancia materialista creen, señor Ródenas, que sus frívolos derechos constitucionales pueden equipararse a las visiones y epifanías de padres espirituales afligidos por la progresión del Mal en el mundo, yerran gravemente, pues escrito está en los Salmos que Jehová atiende al humilde pero se aleja del altivo, y es fácil comprobar con qué modestia y mortificación arrastra su lujosa y magna capa de seis metros su Excelencia Reverendísima y con qué torpe aliño indumentario y vanidad se exhibe usted en público en compañía de depravados. Si honestas y sinceras fueron las palabras de su Excelencia Reverendísima al llamar candorosamente a violar leyes mundanas que exaltan los derechos del vicio y la anormalidad ¿qué han cosechado, pese a su bondad y pureza, sino la incomprensión, el arrebato y la furia, como vimos el lunes?

No pudo ser sino una señal divina que Guillermo Barber apareciera providencialmente en la palestra pública para devolverle a la verdad su limpidez cristalina y a la convivencia su sentido sagrado. Porque de ese dechado de virtudes tan calumniado por la maledicencia se podrán decir muchas cosas, pero no que -al contrario que usted- haya pecado. Si es cierto que durante su etapa como concejal de Hacienda la deuda municipal aumentó en 130 millones, solo cabe pensar de varón tan esclarecido que intentaba mostrar la futilidad de los bienes terrenales y con qué ligereza se esfuma el vil metal en manos de la disipación. Pues escrito está en San Pablo que el amor al dinero es raíz de todo mal y que por codiciarlo algunos se han desviado de la fe y se han perdido. ¿Quién podría condenar a Barber por seguir fielmente el evangelio? Otras lenguas bañadas en azufre tachan a ese bendito de «fariseo» y de hablar de «convivencia» en vano por haber formado parte de un gobierno que dejó sin recursos económicos a la oposición durante cuatro años. Pero si Barber no hizo nada por impedirlo fue sin duda por amor al prójimo, pues escrito está en Santiago que Dios ha elegido a los pobres para que sean ricos en fe y herederos de su reino. Los beneficiarios de esas buenas obras, lejos de agradecerlas, aún las denigran.

El sino de los hombres piadosos es sufrir la locura del mundo, mas no por ello han de permanecer inermes frente a las asechanzas de Satán, de quien usted, señor Ródenas, ha copiado hasta la barbita. Se impone con urgencia un rosario de desagravio a su Excelencia Reverendísima en la vía pública, cónclave a imagen del que tuvo lugar en la Plaça de Sant Josep a causa de otra blasfemia. Será inequívoca señal de que las cosas van cambiando y nuestra levítica ciudad vuelve a su ser, como es debido. Dios guarde a usted muchos años.

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