Los aficionados requenenses se quedaron compuestos y sin festejo tras suspenderse la corrida de toros anunciada en la tarde de ayer. Una suspensión injustificada, cuya única causa fue el escaso número de entradas que se habían vendido a la hora de comenzar. La empresa de la plaza se agarró como un clavo ardiendo al hecho de que llovió en los minutos previos al festejo, y a la amenaza de más lluvia que luego no cayó. Ni siquiera esperaron a ver si escampaba, como así sucedió.

En lugar de ello, removieron Roma con Santiago, comieron el tarro a las cuadrillas y sus representantes predisponiéndoles a la suspensión, se presionó a la presidencia y, entre todos, dejaron a la gente con un palmo de narices, burlada y sin espectáculo.

El hecho es que, si había ruina en las taquillas, no era culpa de la afición. Cuando uno se mete a empresario, debe estar a las duras y a las maduras. Y si, como ayer, vienen mal dadas, mala suerte. Pero llevarse por delante un festejo sin motivo para ello es algo inaceptable y que daña mucho a la fiesta.

A los aficionados les ilusionaba poder calibrar las posibilidades de uno de los nuevos valores de la tauromaquia, David Mora, junto a quien se anunciaban dos espadas populares como El Cordobés y El Fandi.

Pero, por las razones que fuera, entre ellas lo inseguro de la me-teorología, la gente no acudió a las taquillas como la empresa hubiera deseado. Joaquín Rodríguez, cabeza visible de la misma, se mostraba cariacontecido a mediodía y declaraba, con tono sombrío, que apenas se habían vendido mil entradas.

Una hora antes de comenzar el espectáculo, tras una mañana espléndida, se cubrieron los cielos y comenzó a llover sobre Requena, aunque sin excesiva fuerza. Y, ya en la plaza, empezó a barruntarse la posible suspensión aprovechando el agua que caía.

El presidente del festejo, el concejal y buen aficionado Pablo Martínez Pardo, comenzó a recibir presiones para suspender la corrida. Un cuarto de hora antes de la hora prevista para comenzar, y con mucho retraso sobre lo que suele ser habitual, llegaron los toreros a la plaza. Algo sintomático, y más todavía cuando los mozos de espada ni siquiera descargaron los esportones ni se dirigieron al callejón para preparar capotes y muletas.

Diez minutos antes del comienzo, llovía sin demasiada fuerza y el ruedo se encontraba en perfectas condiciones para la lidia, pero cogieron fuerza las presiones por parte de empresa y toreros para que la corrida no se diese. El usía incluso se subió al palco, pero le llamaron para comunicarle que las cuadrillas habían decidido no torear. El Cordobés, a la sazón director de lidia, aludía a velar por el interés del público por si había que suspender la corrida una vez comenzada. Sin embargo, una persona de su entorno exclamaba: "hay que ayudar a Joaquín" (el empresario), en el sentido que era mejor suspender en vista de la ruina que había en taquillas. Total, que los toreros salieron de najas.

La causa de la suspensión, según el acta, fue "inseguridad del tiempo y mal estado del piso". Lo cierto es que a partir de las seis y diez de la tarde se abrieron claros y dejó de llover. A las siete y media seguía sin caer ni una gota y asomaba el sol. El piso continuaba en perfecto estado para torear.

La gente, molesta e indignada, en los tendidos esperando el anuncio de la suspensión y una explicación que nunca les llegó.