Por más que pasen los años hay costumbres que perduran en el tiempo, como la de ir a comprar al mercado del barrio. Enclavado en uno de los puntos más céntricos de la ciudad se encuentra el Mercado Central. Los historiadores y los grabados de época existentes, cuentan que en sus alrededores (antes de construir el mercado cerrado) era donde se desarrollaba la venta ambulante entre comerciantes. Y no son pocas las paradas que vendían en aquel momento sus productos y que conservan los puestos de entonces, en el actual recinto. Es el otro gran centro neurálgico de la ciudad y, desde hace tiempo un espacio de culto para miles de turistas. No existe un lugar con mejor ubicación que este, el Barrio del Mercat. Al norte el Barrio del Carmen, al sur Sant Francesc; al este La Seu, al oeste El Pilar.

Se ha convertido en un recinto de referencia por su amplia oferta gastronómica y por ser testigo y anfitrión de diferentes mercadillos semanales y eventos culturales que dinamizan la vida social de la ciudad. Pero sin duda es el epicentro de múltiples historias de comerciantes que llevan conservando durante más de cien años el negocio de sus familias. Actualmente alberga más de mil puestos de los que sólo unos cuantos han conseguido pasar de generación en generación.

Es el caso del puesto que ocupa Amparo Vivó en el mercado. «Mis abuelos eran labradores de Alboraia y vendían en el mercado fruta y verdura antes de construirlo. Tenían la parada en frente de la Lonja y cuando inauguraron el Mercado Central fue cuando mi abuela entró a vender allí. Tenemos el puesto toda la vida y ha pasado ya por tres generaciones. Porque de mis abuelos pasó a mis padres, de ellos a mí y ahora se lo he pasado a mi hijo». El puesto de fruta y verdura de Amparo es uno de los más antiguos, puesto que su familia tenía parada antes de crear el recinto cerrado. «Antiguamente las paradas eran ambulantes y estaban en la parte exterior de lo que es ahora el Mercado Central. En 1914, cuando lo inauguraron sortearon los puestos a todos los que vendíamos allí y uno de ellos le tocó a mi abuela». Esta vendedora sigue manteniendo la misma parada que ocuparon sus abuelos. «La ubicación sigue siendo la misma, de hecho, a mi madre la he conocido en este puesto. Actualmente lo hemos ampliado para tener más espacio pero seguimos ofreciendo el mismo producto que hacían mis abuelos».

La parada que ocupa Pilar en el mercado también es una herencia que le ha dejado su familia. «El puesto (Jamones El Maño) lo tenemos desde el año 1952. Mi padre era un agricultor que procedía de Aragón y vino a Valencia con veintidós años huyendo de la pobreza de la postguerra. A su llegada a Valencia se colocó en una tienda de charcutería y poco a poco ahorró algo de dinero para comprarse la parada que hoy en día tenemos en el Mercado Central. Como Él está jubilado soy yo la que se encarga del negocio». Pero pese a estar jubilado no hay día que Paco no se acerque por la parada para revisar la mercancía. «Para mí es un placer ir todos los días. Llegué a Valencia con veintidós años, anteriormente había trabajado en el campo y en el año 1952 compré la parada número 52 del Mercado Central». Aún recuerda las condiciones en las que se trabajaba... «En aquella época trabajábamos todo a mano no existía ninguna máquina eléctrica. Pesábamos todo con la berkel (báscula de la época) y calculábamos todo con una tabla. Y poco a poco fuimos introduciendo neveras de hielo para conservar mejor la mercancía (en mi caso embutido) hasta que aparecieron las máquinas de cortar jamón que funcionaban con una rueda. Con las máquinas eléctricas cambió mucho el trabajo. Cada día desmontábamos toda la mercancía hasta que llegó un momento en el que se pudieron cerrar las paradas. Muchos no querían porque en su día costaban mucho dinero. Aún recuerdo lo que me costó la parada, treinta y dos mil pesetas», explica.

Otro de los puestos de antaño es la carnicería de Rosa Lloris. «El nombre procede de mi abuela, mi familia se ha dedicado toda la vida a la carnicería en el Barrio del Carmen. Ella fue de las primeras vendedoras que llegó al Mercado Central. Su padre era carnicero y ella entró con diez años en el negocio. Después de ella la parada pasó a manos de mi padre ,que casualmente se casó con una carnicera que vendía en el mercado y estuvieron al frente hasta que me incorporé», asegura el propietario, Francisco Dasí, que actualmente es el presidente de la Asociación de vendedores del Mercado. Y añade «Una anécdota que contaba mi abuela, era que tenían que llevar toda la carne en bici sobre paneras porque no habían tantos coches».

El negocio de panadería de Amparo Olmos ha pasado ya por cinco generaciones. «Nosotros descendemos del Cabanyal, por parte de padre, labradores y por parte de madre, horneros. Antes de la guerra ya vendíamos en el Cabanyal y más adelante vinimos a Valencia, cuando aún no estaba construido el recinto. El negocio lo inició mi bisabuela y de ella ha pasado a mí».

La carnicería de Vicente Bau también conserva la tradición que heredó de sus padres. «Mis padres compraron el puesto en el año 1956. Nosotros somos de la huerta de Valencia y siempre nos hemos dedicado al negocio de la carne». Cuando tuvieron la oportunidad de ampliar el negocio compraron la parada vecina, que es la que conservan hoy en día.