Cada año, un mínimo de 200 cazadores de distintos cotos de Valencia y Castelló presentan denuncia por el robo de sus podencos, el perro más utilizado en la caza del conejo. En cada uno de esos 200 asaltos conocidos, los cuatreros se llevan "ocho o nueve animales", por los que, de media, se pagan en el mercado negro entre 500 y 1.000 euros. Siendo conservadores en el cálculo, el dinero que mueve el pillaje de estos perros de caza al año en el territorio valenciano es de unos 800.000 euros, aunque puede dispararse al doble.

Es una realidad muy poco conocida, salvo por los propios perjudicados. "Existe una seria preocupación entre los propietarios de los animales, todos ellos cazadores. En cualquier reunión con cualquier sociedad o coto, te acaban planteando este problema", afirma Román Samper Calderón, responsable del gabinete técnico de la Federación Valenciana de Caza. La cifra, además, tiene un lado oculto: Samper admite que alrededor de un 30% de los perros usados en la caza ni siquiera están legalizados, así que jamás figuran en las denuncias.

Los cazadores se quejan, y no sin razón, de la escasa importancia que se le da a este tipo de infracción. Si el valor del animal no pasa de 400 euros, ni siquiera es delito. El drama es que se pese a que se trata de seres vivos, legalmente son contemplados como simple mercancía. Nadie tiene en cuenta el valor sentimental que, además, tiene el perro para su dueño.

Ojeadores de ferias y campeonatos

Detrás de los robos de perros de caza como el podenco o el galgo -en la Comunitat Valenciana apenas existen estos últimos porque su uso cinegético requiere de grandes extensiones y terrenos llanos en los que exhibir su carrera en pos de la liebre- existen auténticas mafias organizadas.

No es raro ver a extraños ojeando en ferias y campeonatos, incluso en partidas de caza, en busca del mejor ejemplar. Por un buen podenco, con una brillante "hoja de servicio", pueden llegar a pagarse hasta 10.000 euros. En el caso de los galgos, la cifra se dispara hasta los 60.000. Un botín más que goloso.

Una vez elegido el ejemplar, averiguan de quién es y dónde lo guardan. "Hay propietarios que incluso son reticentes a participar en estas exhibiciones, porque temen que les roben luego los mejores perros", explica Román Samper. Justo en los meses previos a la apertura de la veda, entre finales de la primavera y principios del verano, comienzan los asaltos.

Los podencos suelen estar guardados en casetas de campo aisladas y con pocas medidas de seguridad. "A veces alguno convence a su mujer para que le deje llevar el mejor ejemplar a casa, pero no es lo habitual", explica el responsable de la federación valenciana.

Los amigos de lo ajeno lo tienen fácil. Escalan, rompen, saltan, lo que sea necesario con tal de llevarse el preciado botín. "Como mucho, aparecen un 20% de los que roban", explica Samper. El pasado junio, los ladrones "se llevaron en tres o cuatro días, una treintena de podencos de media docena de socios del coto de caza de Chiva", relata Miguel León, el presidente de esa sociedad de cazadores. La noticia ni siquiera trascendió. Ni uno sólo de los animales ha sido recuperado.

Una vez que tienen el animal en su poder, los cuatreros buscan el microchip con un lector -su bajo precio los pone al alcance de cualquiera-, se lo extraen con una incisión, lo dejan curar y, al cabo de cierto tiempo, acuden a un veterinario y lo legalizan dotándolo de un nuevo identificador electrónico. O bien le insertan ellos mismos el de otro perro ya legalizado.

Luego, ya sólo hay que venderlos. Lo más lejos posible del lugar del robo. En ocasiones, por internet, pero, en la mayoría de los casos, ofertándolos a cazadores que codician un buen rastreador a un precio inferior al de mercado. Bares, partidas de caza, cualquier lugar es bueno para pactar la venta de uno de esos perros, en ocasiones incluso antes de que los roben. Quienes carecen de escrúpulos para adquirirlos de este modo tampoco tienen empacho en abandonarlos luego a su suerte si las expectativas de rastreo, muestra y cobro no se cumplen. Pero ésa es otra historia.