Iba a ser un minuto de silencio por Empar Barrón, pero al final fueron cinco de aplausos espontáneos, de palmas ruidosas y sentidas en memoria de esta nueva vida rota que, en la sala del Primer Congreso Internacional de Mujeres Supervivientes celebrado ayer en Valencia, era recordada por tres símbolos: una silla vacía sobre el escenario, porque ahora queda una superviviente menos; una rosa roja, ya que sólo tenía 26 años; y una vela iluminada, pues su luz sigue encendida y puede alumbrar a muchas mujeres capaces de evitar ese final.

Fueron cinco largos minutos de labios prietos, lágrimas en los ojos o las mejillas y miradas perdidas. Pero siempre entre aplausos, entre ruido. Seguramente porque las víctimas de la violencia que llenaban la sala y que han logrado escapar del horror cotidiano de la peor cara del machismo no quieren que esta lacra se silencie, que se vea como una desgracia inevitable.

Casi un centenar de maltratadas de toda España allí reunidas reivindicaron su condición de supervivientes capaces de todo como cualquier persona más. «Queremos que la sociedad deje de vernos como mujeres con el ojo morado, porque, si no, sufrimos una doble victimización, que conduce a la exclusión social», sintetizó Ana Bella. Ella preside la fundación homónima que organizó el congreso y que ayer impulsó la creación de una Red de Fundaciones y Asociaciones de Mujeres Supervivientes cuyo objetivo es ayudar a las que todavía sufren el calvario.

Dormir con un cuchillo y un móvil

En esos minutos de aplausos se veía a Carmen, una sudamericana de 57 años afincada en Madrid que no se atreve a dar su nombre. Durmió muchos años con un cuchillo escondido en el cajón de la mesilla de noche y con el móvil siempre a mano para llamar al 016. «Me decía que iba a matarme, que de esa noche no pasaba», recuerda mientras imita el gesto de cortar el cuello que le hacía su marido.

Carmen se encerraba en su habitación dormían separados y temblaba de miedo cuando lo oía levantarse de noche. Iba a orinar o a beber, pero Carmen siempre temía lo peor para ella o para su hija, también acobardada en su cuarto. «Ese infierno se te queda marcado para siempre», masculla. En mayo logró el divorcio. Ahí acabaron las amenazas.

Las últimas amenazas fueron las que no quiso oír María del Rocío, de Cuenca. ¿Quiere que ponga su nombre? «Sí, yo no he hecho nada malo», responde sin titubeos. Le lloran los ojos al explicar cómo el brutal asesinato de Empar ha hundido la moral de este encuentro de supervivientes que quieren lanzar el mensaje de la esperanza. «Yo intento no pensar en ello porque no quiero que me invada la tristeza. Me hace mucho daño que una chica, por el mero hecho de ser mujer, y que no haya tenido la oportunidad de decir "basta" y denunciarlo, haya acabado su vida así. Pero, al mismo tiempo, me da mucha fuerza para salir adelante, me da ganas de gritar "se puede"».

Ella sacó fuerzas para romper en 2006 los grilletes de la violencia doméstica y marcharse de casa, abandonar a su pareja y pedir ayuda a su hermano mayor. «Me entró pánico al darme cuenta de dónde estaba metida y cómo podía terminar. Porque yo veía la televisión y no quería acabar como las mujeres que salían en las noticias», cuenta a sus 41 años.

Al cabo de un mes de marcharse, un domingo recibió «entre 60 y 80 llamadas de teléfono con mensajes de voz en todas ellas» de parte de su pareja. «No escuché ninguno porque no era capaz», admite. En cambio, sí llevó los mensajes a la policía. «Eso provocó que, tras mi denuncia, un juez dictara una orden de alejamiento y luego lo condenara a dos años de prisión», que no cumplió por carecer de antecedentes. Hace poco, María del Rocío fundó su asociación de ayuda a las maltratadas en Cuenca. Le ha dado la vuelta a la tortilla: de maltratada a socorrista del maltrato.

Todas quieren que su testimonio sirva de ejemplo de superación para otras mujeres. Ayer tuvieron el apoyo de la delegada del Gobierno para la Violencia de Género, la delegada en la C. Valenciana, la alcaldesa de Valencia, la consellera de Bienestar Social y el presidente de la Generalitat. A ellos, a los políticos, se dirigió Ana Bella. «Nosotras somos fuertes, pero les necesitamos a ustedes. No nos olviden, por favor», dijo. Y la silla de Empar siguió ocupada por el vacío.