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Morir en la calle

Sin techo en la vida, sin lecho en la muerte

El cadáver de un indigente muerto en febrero lleva cuatro meses en el depósito esperando un enterramiento de beneficencia

El banco en el que murió Miguel Ángel y el nicho que ocupa tras el enterramiento.

Se llamaba Julio Martínez Jiménez y murió más solo que un perro. Era indigente, vivía en la calle y en la calle murió antes de cumplir 45. Expiró sentado en una fría y solitaria silla que acampaba bajo los pilares de un finca en construcción del Cabanyal. Sucedió el 4 de febrero, a las seis de la madrugada, en los días más crudos del invierno. Han pasado 132 días, más de cuatro meses. Pero el cuerpo de Julio sigue sin ser enterrado. Quien no tuvo un techo en la vida, sigue esperando un lecho en la muerte. El cuerpo de Julio languidece en el depósito frigorífico de cadáveres situado en el sótano del Tanatorio Municipal de Valencia, según han confirmado fuentes oficiales. Allí lleva cuatro meses. «Está solicitado su enterramiento de beneficencia, pero la petición sigue en trámite», añaden las mismas fuentes.

Es difícil imaginar mayor crueldad para morir „una fría madrugada de invierno, solo y en plena calle„ y menor humanidad para despedir los restos mortales de un hombre que, según cuentan personas que lo han conocido, llegó a Valencia procedente de Andalucía. «Era padre de muchos hijos y tenía mujer. Pero lo dejó todo y rompió la comunicación con ellos. Muchas veces creen que así les harán sufrir menos», explica una persona que lo conoció.

Era sencillo, del Real Madrid, divertido, con humor cambiante en función de cómo hubiera pasado la noche o de cómo de satisfecha estuviera su necesidad de consumir. Llevaba mucho tiempo en la calle. Hace menos de un año lo atropellaron. Nadie se enteró. Fue hospitalizado. Y pasó mucho tiempo ingresado sin que nadie lo visitara. Sus «amigos», si es que esa palabra sirve en la vida callejera, fueron desapareciendo paulatinamente. Uno de sus mejores amigos había fallecido no mucho tiempo atrás. En los últimos meses estaba solo.

Ahora vuelve a estarlo dentro de la cámara frigorífica del depósito de cadáveres. Su destino funerario es también descorazonador. Si le aprueban el enterramiento de beneficencia, un operario introducirá sus restos en un frío nicho „mucho más frío de lo normal„ sin nadie que llore su traspaso. El cadáver reposará, de una vez por todas, en una sección que da coraje de ver. Está en el cementerio general de Valencia y allí ya descansan los restos de Miguel Ángel Llorens Cebrián, el indigente que murió en un banco de la Avinguda Blasco Ibáñez de Valencia quince días después de que falleciera Julio.

Esos restos de Miguel Ángel reposan en una dirección en la que nadie querría acabar: «Sección 5ª, Grupo 7º». Frente a las suntuosas lápidas y las flores que recubren las muertes vecinas, en esta tramada de nichos desnudos sólo figura una humilde placa con el nombre del finado. Sin adornos, sin nada que mitigue el dolor ajeno. Precisamente porque, en muchas ocasiones, no hay dolor ajeno tras estas muertes.

Siete indigentes muertos en 4 meses

Desde febrero han muerto al menos siete indigentes en las calles de Valencia. Santiago Luján Ramos (50 años), Julio Martínez Giménez (45) y Miguel Ángel Llorens Cebrián (46) fallecieron en febrero. Manuel Frontera (49) murió en abril junto a las Corts. Esta semana, el alemán Andrea (47) murió ante la sede de los servicios territoriales de la Conselleria de Bienestar Social. Y el pasado jueves, dos hombres de 47 y 62 años fallecieron en la calle con la ola de calor.

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