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Tribuna

Industria o servicios: un falso dilema

No hay alternativa a la reindustrialización», declaraba taxativo el conseller Climent hace unas semanas

No hay alternativa a la reindustrialización», declaraba taxativo el conseller Climent hace unas semanas. En este punto, mostraba su coincidencia con la patronal valenciana, la cual viene insistiendo desde hace años, con José Vicente González a la cabeza, en que la Generalitat debe fijarse como objetivo que la industria vuelva a alcanzar el 20 % del PIB regional, hoy en el 13 %.

No será tarea fácil. En todas las sociedades avanzadas, y en gran parte de las emergentes, la industria viene reduciendo su aportación al PIB, en VAB y sobre todo en empleo, desde hace ya cinco décadas. Y a un ritmo creciente desde el cambio de siglo, cuando las transformaciones provocadas por la globalización han impuesto su lógica inexorable. Los últimos datos disponibles del US Bureau of Labor sobre distribución sectorial del empleo muestran la pérdida de importancia de la manufactura en países como Estados Unidos, Holanda o Canadá hasta representar ya sólo el 10 % del total. Una cifra, con todo, superior a la del Reino Unido, en otro tiempo fábrica del mundo, o Australia. Sólo Alemania resiste, relativamente, manteniendo un valor cercano al 20 % aunque alejado del 40 % que tenía en 1970, cuando en el resto de los países mencionados se situaba en torno al 25 %.

Pero el empeño reindustrializador pudiera estar también anticuado. Parece justificado comparando en la Comunitat Valenciana actual la manufactura con la inmensa mayoría de los servicios, concentrados en hostelería y comercio al por menor (con un empleo total similar al de toda la industria). El resultado es favorable a ésta tanto en productividad, retribución salarial media o impacto sobre otros sectores. Pero, a partir de ahí, surgen las dudas. Empezando porque, como viene insistiendo Matilde Mas (Universitat de València), en el contexto europeo con servicios menos volcados en actividades de bajo valor añadido los resultados difieren: las ganancias de productividad y empleo son, en general, favorables a éstos.

Otro interrogante es si las interacciones entre industria y servicios no son hoy mucho más borrosas que en el pasado. El reciente escándalo de la Volkswagen, fabricante de un producto industrial por antonomasia como el automóvil, ha puesto de manifiesto un hecho conocido pero no siempre subrayado: una mayoría de bienes industriales incorporan servicios, un programa informático, en este caso, que es decisivo para su funcionamiento y su competitividad y no sólo para su fabricación (o para falsear las emisiones contaminantes). Lo mismo sucede con las aeronaves o la maquinaria de precisión, considerados típicos de la industria. U otros menos sofisticados, como los electrodomésticos. Y no está confirmado, más bien al contrario, que la distribución de ventajas a la hora de producirlo (en valor y empleo) sea favorable a la manufactura como a menudo se defiende entre nosotros.

El mejor ejemplo es el del IPad de Apple. La fabricación de sus 451 componentes se disemina por un gran número de países, la mayoría asiáticos, siendo mayoritariamente ensamblado en China. Como producto físico, en sí mismo la tableta es un bien industrial resultado del ensamblaje de ese casi medio millar de componentes. Pero sin la aportación del sector servicios, el sistema operativo que lo hace funcionar y los programas que utiliza, el soporte manufacturado tiene una utilidad nula. Y un valor similar. Lo cual se refleja en la distribución de las ganancias generadas por su producción y venta, estudiada con detalle por tres investigadores de la Universidad de California en Irvine.

Su investigación concluye que el 30 % del valor del IPad es apropiado por Apple, (sin contar el 15 % de margen del vendedor al por menor), que no produce ningún componente físico. Sólo el 2 % corresponde a China, donde se «fabrica». Una diferencia enorme en contra de la fabricación y a favor de quien aporta los servicios incorporados.

Se puede objetar que no todos los bienes son el IPad. Lo cual es obvio aunque hoy la fabricación sin apoyo informático es minoritaria. Pero además la inmensa mayoría de los productos que conforman la actividad económica tienen incorporados componentes de servicios sin los cuales es imposible explicar su competitividad y por tanto su permanencia en una estructura productiva. Del diseño a la monitorización de stocks, de la logística a la publicidad, de nada vale «ser el mejor» a la hora de fabricar un bien si un número suficiente de consumidores, sean finales sean empresas de otros sectores, no lo saben y pueden adquirirlo en condiciones más favorables que el de la competencia.

La globalización ha conducido a un crecimiento explosivo de la producción fragmentada en una multiplicidad de países (las cadenas de valor globales) vinculando más estrechamente economías de elevada intensidad tecnológica con aquellas con salarios bajos (además de capital humano y un marco institucional estable favorable a la inversión). En ese proceso, las ventajas que se le atribuyen a la manufactura para generar un crecimiento estable asociado a un empleo mayor, y mejor retribuido, han quedado, si no borradas, sí claramente matizadas. Parafraseando a J.M. Keynes, nunca como en la actualidad parece ser más cierta la afirmación de que quienes se creen libres de toda influencia intelectual, generalmente son esclavos de algún consenso estadístico del pasado. Ante ello cabe recordar, como también sentenciara Keynes, que «cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?».

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