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El perfil | Federico Félix

Testigo de tres décadas de la historia valenciana

Presidente de Helados Estiu y Aguas de Chóvar, este histórico industrial avícola ha sido actor principal y testigo de algunos de los acontecimientos políticos y económicos más relevantes que ha vivido la Comunitat Valenciana desde los años ochenta del siglo pasado

Testigo de tres décadas de la historia valenciana

La vida pública de Federico Félix es un libro donde se cuentan casi todas las batallas económicas y políticas que se han librado en la Comunitat Valenciana durante las últimas tres décadas. Ahí es nada. En la actualidad, no hay un dirigente de uno u otro ámbito con su bagaje, tal vez si exceptuamos a Ximo Puig y Juan Roig. Como eterno presidente de la poderosa Federación Agroalimentaria, como líder durante quince años, entre 1988 y 2003, de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), el lobby de los grandes patronos, y como principal dirigente de la Fundación ProAVE, que reivindica la consecución de infraestructuras como el corredor mediterráneo, este hombre venido del mundo avícola ha sido testigo y actor de algunos acontecimientos trascendentes de la reciente historia valenciana. Desde AVE y la patronal CEV, contribuyó a minar el entonces hegemónico poder socialista que encarnaba Joan Lerma y logró que el PP y Unión Valenciana, tras el famoso pacto del pollo que se firmó en su despacho en el verano de 1995, formalizaran una alianza de gobierno que dio paso a dos décadas ominosas de poder popular.

Estuvo a punto de lograr incluso mayor notoriedad cuando hace una década le propusieron presidir el Valencia S. A. D., el club de sus amores, pero en aquella ocasión la cabeza se impuso al corazón. Declinó. Su familia „y él mismo„ se ahorró numerosos disgustos. Los demás nos perdimos un espectáculo grandioso, según cómo se mire. Los árbitros y muchos rivales se evitaron, con toda probabilidad, la furia de este hombre afable y generoso en el trato cercano, pero al mismo tiempo volcánico y persistente cuando defiende sus ideas „e intereses„ y a quien su esposa de origen francés y aristocrático „«no sé como se casó conmigo», confiesa„ y sus tres hijas no han conseguido, en casi medio siglo de vida en común, que destierre su inveterada tendencia a entreverar tacos en la conversación. Eso sí, molt valencians.

Y es que a Federico Félix, como él mismo se encarga de afirmar con orgullo, se le ve de lejos que es de Foios „de Valencia„ y de ningún otro lugar. Allí nació en 1944 en el seno de una familia de comerciantes. Muy fenicio, como toca en estas tierras. La cuna le ha dejado huella en el carácter. Es un bon negociant. Su padre había heredado del abuelo un almacén de ultramarinos en la localidad, pero no era suficiente, así que, primero en carro y luego en furgoneta, aumentaban sus ingresos llevando sus productos a los pueblos de la contornà.

Visto ahora, cuesta poco imaginarlo como el «bala perdida» que dice que fue durante su juventud corriendo alocado por los caminos y carreteras de l´Horta encima de una Bultaco de mediana cilindrada y suficiente brío como para poner seriamente en riesgo su vida. Como aquella vez que se empotró contra un tren de cercanías. Claro que también hubo momentos para la comedia. Llevando de paquete al cura del pueblo, la Real Acequia de Moncada se cruzó en su camino y ambos acabaron dándose un chapuzón. Seguramente como prueba inequívoca de su capacidad de convicción, aquel capellán se atrevió otra vez a dejarse llevar por Félix. De regreso del Colegio de Sant Vicent, volvieron a caerse. Si los rollos de película que transportaban hubieran sido billetes, más de un vecino de Meliana, donde se produjo el suceso, habría tenido una jornada festiva.

No se sabe si tantos golpes le sirvieron de escarmiento. Pero lo cierto es que la osadía del motorista no se contuvo con los años. Prueba de ello es su trayectoria como empresario. Fue un hermano de su padre, residente en Reus, quien le abrió los ojos al que sería el siguiente proyecto de la familia: el negocio de los pollos. Era mediados los años sesenta. Félix, que había estudiado Libre Comercio, y su padre empezaron con una fábrica de piensos en Almenara y terminaron con un matadero en Sueca, donde a lo largo de un cuarto de siglo fueron creciendo en el mercado avícola a través de Jomarsa. A mediados de los noventa lo habían convertido en el primer matadero de España, pero les faltaba la crianza de pollos, así que vendieron un 49 % del capital al grupo catalán Agrovic, del que ahora es consejero. La progresiva retirada en ese sector, sin embargo, no ha impedido a Félix seguir siendo a día de hoy el presidente de la interprofesional española Propollo (desde 1999) y, entre 2012 y 2015, de la asociación europea de productores y comercializadores avícolas Avec.

Tras la operación con Agrovic, el empresario reinvirtió en otros negocios. Primero compró con dos socios, entre ellos su sucesor en AVE, Francisco Pons, Helados Estiu. Luego, en compañía de su amigo Felipe Almenar, Aguas de Chóvar. En ambos proyectos ostenta la mayoría accionarial, porque, como dice, «en la empresa tiene que mandar uno». La primera, que dirige su hija mayor, María José, produce en la actualidad más de 20 millones de litros de helado al año. La segunda, en la que está implicada su hija mediana Carolina y el marido de esta, embotella más de 140 millones de litros. Helados Estiu es interproveedora de Mercadona y Aguas de Chóvar suministra a Consum. Buena diplomacia empresarial. La tercera hija, Aurora, está vinculada a la gestión de los restantes negocios familiares: los inmuebles, las participaciones empresariales y cuatro gasolineras.

La familia, en consecuencia, está por encima de todas las cosas. Y luego, la patria valenciana. Federico Félix, que recibió unas buenas bescollaes del establishment conservador cuando se atrevió a traer a AVE al entonces presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, en un momento en que el conflicto lingüístico seguía vivo, siempre ha echado en falta un partido nacionalista valenciano de corte moderado como lo que fue en su día CiU. Por cierto, este empresario que no duda en expresar sus preferencias por los catalanes frente a los madrileños, confiesa que se le cayó el alma a los pies cuando se enteró de la evasión fiscal declarada por el viejo preboste del nacionalismo catalán. En su momento llegó a creer que Unión Valenciana podría ser esa formación deseada que pudiera influir con sus votos en Madrid y lograr contraprestaciones, pero resultó que no. De cualquier forma, no se arrepiente de haber forzado a Vicente González Lizondo a pactar con el PP de Eduardo Zaplana. El líder valencianista no quería entrar en el Consell porque intuía que aquel acuerdo, más que del pollo, era el del abrazo del oso. Como así fue.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse, aquella mediación no fue ninguna bendición para Félix, seguramente por que él y el entonces presidente de la patronal, José María Jiménez de Laiglesia, pretendieron seguir influyendo en el gobierno valenciano. Zaplana no se lo permitió y Félix pasó a convertirse en uno de sus «cordiales enemigos». La larvada lucha resultó positiva para AVE, ya que permitió a la organización despegar hacia la independencia „o la influencia en la sombra„ del poder político. En ese contexto y con la pretensión de los grandes patronos de profesionalizar y consolidar una estructura que durante años integraron casi en exclusiva Félix y su secretaria en la federación agroalimentaria es cuando, en 2003, se produjo su salida de la presidencia de AVE. Dice que no le molestó, que estaba pactada. Aún así, seguramente porque no hay quien pueda con él, ha seguido en primera fila de la organización desde su junta directiva. Las fotos que tanto le gustan así lo atestiguan.

Es una debilidad en un hombre que, a sus 72 años, aunque después de comer ya solo fuma medio puro y ha sustituido el whisky Glenrothes por la mistela, mantiene un aspecto lozano fruto de las muchas horas que ha dedicado al ejercicio, concretamente al running, que ha practicado en pistas de tierra batida en Sueca, en las calles de Bruselas o en el patio de su casa en Valencia, uno de los pocos chalets que siguen en pie en el centro de la ciudad. Su otro hogar es la barraca de Náquera, donde se vivieron tertulias históricas, con Manuel Broseta y Francisco Tomás y Valiente, ambos asesinados por ETA, compartiendo una paella. ¡Qué no habrán escuchado esas paredes! Por eso queda rogarle a Félix unas memorias. Eso sí, a tumba abierta, como acostumbra a decir.

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