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El inventor de los «fartons» busca sobrevivir al invierno

El inventor de los «fartons» busca sobrevivir al invierno

En los años 50, antes de que existiesen los departamentos de I+D+i, un niño de diez años llamado Pepe se puso a innovar. La llengua de gat, una típica galleta que se utilizaba para acompañar a la horchata, se rompía en contacto con el líquido. Había que inventar algo que se mojase y no se rompiese. Una humilde receta a base de harina, aceite, huevo, sal, azúcar y levadura hizo fortuna. Cincuenta años después, el invento de aquel joven, hijo de horneros de la Serranía residentes en Alboraia, es una de las marcas más asentadas en el imaginario colectivo de los valencianos. Lo es hasta el punto de haber modificado una costumbre tan ancestral como beberse un vaso de zumo de chufa y convertirse en su socio para los restos. Fartons Polo acaba de cumplir medio siglo desde que en 1964 los hermanos José y Dionisio (ya fallecido) Polo se pusieron en serio con el negocio de los fartons, explica Germán Polo, director de Marketing.

La segunda generación de la familia está ya al frente de un empresa con una cuota de mercado extraordinaria, del 97 %, cifran. El artesano es hoy su único competidor. Polo tiene una facturación de 5,4 millones (según cifras de 2014) y una planta en Alboraia con una plantilla fija de unas 30 personas y de entre 100 y 120 en temporada alta. Los hermanos Germán, Jorge, José y Rodrigo Polo están al frente de la empresa.

La compañía valenciana ha ido evolucionando de proveedor de horchaterías a entrar en la cadena de la distribución en supermercados de la mano de Mercadona y otras cadenas. Su mayor handicap es la estacionalidad (el consumo se concentra en verano) y un mercado reducido principalmente a Valencia (con picos en Cataluña). La empresa se enfrenta a problema como la caducidad, que es de unos 25 días. Eso le cierre algunos mercados lejanos, pero es un coste que la firma asume: se niegan a utilizar conservantes. Es una decisión de empresa, defienden en Aboraia.

Así las cosas, el reto principal pasa hoy por desestacionalizar y ampliar la gama de productos. Llevan años intentando posicionarse como proveedor de horchata en un sector muy dividido. Por ese camino de la diversificación iba el fallido Muaki, un bollo relleno de chocolate más recordado hoy por la campaña de publicidad protagonizada por el futbolista David Albelda. El problema, de nuevo, era la caducidad, de solo 15 días. También tuvieron problemas con la elaboración del producto: «Nos equivocamos de época», explicó en un evento reciente sobre marcas valencianas el fundador José Polo, que lamenta que a principios de los 2000 se veía el producto como «muy calórico y poco saludable».

En todo caso, la empresa no desistió en su búsqueda de nuevas vías de diversificación. La idea es conseguir otros productos de temporada para ir más allá del verano y de la época del fartó. El panettone les ha permitido prolongar la temporada del fartó y continuar la producción en la parte final del año. También está teniendo éxito el cupcake, una magdalena cubierta de chocolate y lacasitos en colaboración con Lacasa que está teniendo entrada en China, Alemania, Francia o Venezuela, lanzado hace un par de años.

Mientras tanto, la compañía busca expandir la marca con iniciativas como La Fartoneria o La Huertana, un concepto de puntos de venta en los que comercializan varios tipos de fartons cubiertos de chocolate. El reto de salir del vaso de horchata continúa.

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