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Opinión | Desde el campo

Stop a la impunidad

En el campo valenciano se roba de todo y más que nunca. Los delincuentes, perfectamente organizados en bandas con un elevado nivel de profesionalización, campan a sus anchas y nada respetan: ni cosechas, ni infraestructuras de riego, ni ganado

En el campo valenciano se roba de todo y más que nunca. Los delincuentes, perfectamente organizados en bandas con un elevado nivel de profesionalización, campan a sus anchas y nada respetan: ni cosechas, ni infraestructuras de riego, ni ganado. Arramblan con todo lo que encuentran a su paso. Este año la delincuencia en el medio rural, espoleada quizá por los precios algo más alentadores que han alcanzado algunas variedades de cítricos o cultivos como el almendro, se ha disparado hasta cotas inaceptables. Tanto es así que las organizaciones agrarias, junto a las cooperativas, hemos elaborado y presentado ante la opinión pública un estudio que revela que los robos en la agricultura se han incrementado un 30 % y sitúan en casi 23,5 millones de euros el valor de las pérdidas que generan al colectivo agropecuario. Dicho de otro modo: en el campo valenciano se roba cada día por valor de 64.000 euros.

Con todo y con eso, es preciso señalar que no sólo no ponemos en duda sino que destacamos y aplaudimos el trabajo que llevan a cabo los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado a través de los llamados equipos Roca para combatir esta lacra, pero es evidente que su esfuerzo no basta para atenuar el problema. Tampoco está teniendo el efecto deseado la reforma del Código Penal, con el endurecimiento de las penas, ni el aumento del número de detenciones, porque aquí la clave del asunto radica en saber cuántos de esos malhechores están entre rejas y cuántos entran por una puerta y salen al día siguiente por la otra para volver de inmediato a las andadas. La evidencia en estos momentos es que resulta necesario revertir esta situación y por eso nos hemos dirigido a los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, tanto a nivel autonómico como estatal, para exigirles que actúen de forma coordinada y que, en definitiva, pongan los medios necesarios para liquidar o al menos reducir a su mínima expresión esta plaga que asola nuestros campos. Es preciso acabar con esta angustiosa sensación de impunidad.

Y hablando de impunidad, no puedo dejar de referirme a los últimos y recientes ataques contra intereses agrarios españoles acaecidos en Francia. Esta vez el vino fue la víctima de los vándalos, como hace poco lo fueron las verduras o el porcino. La escenografía es siempre la misma: grupos «incontrolados» asaltan camiones y destrozan la mercancía que transportan ante reporteros gráficos, cámaras de televisión y unos gendarmes impasibles ante lo que están presenciado y a los que sólo les falta ponerse a aplaudir. Esta vergüenza se repite de forma periódica en el corazón de Europa sin que las autoridades comunitarias muevan un dedo. Francia disfruta de un trato de favor que supone un agravio comparativo y que cuestiona hasta la médula los principios fundacionales e incluso la misma razón de ser sobre la que debería asentarse esta Unión Europea cada vez más indolente.

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