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La alimentación y los transgénicos

principios de este mes, 110 premios Nobel de química, física, medicina y economía publicaron una carta abierta, en la que acusaban a Greenpeace de «encabezar la oposición al cultivo del arroz dorado», un arroz transgénico con el potencial de reducir o eliminar gran parte de las muertes y enfermedades ocasionadas por la deficiencia de vitamina A en Asia y África.

En efecto, los transgénicos son objeto de debate en nuestra sociedad, y producen posicionamientos políticos que se traducen en marcos legislativos que condicionan su uso. En el caso de Europa, la legislación sobre transgénicos es muy restrictiva, y concretamente en el caso de piensos y alimentos, mucho más que en otros países como EEUU, con quién Europa está negociando un gran acuerdo comercial, el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP).

El debate en una sociedad es sano y deseable, pero en este caso, a mi juicio, está desenfocado. Discutir acerca de «transgénicos sí» o «transgénicos no», es un debate estéril, y tiene un recorrido muy corto. Se trataría de un debate entre ideología dogmática y ciencia, que poco aportaría a la sociedad. La biotecnología es una herramienta que como toda ciencia puede ser utilizada para hacer el bien, o para hacer el mal. La ciencia siempre da luz a los problemas, e ir en contra de su avance, es condenar a la sociedad.

A mi juicio, el debate que hoy debería estar en la calle es: ¿transgénicos para qué? ¿Transgénicos para acabar con el hambre en el mundo? Pues no estoy seguro si los transgénicos serían la solución al hambre, ya que el problema en estos momentos, no es la cantidad de alimentos que se producen en el planeta. Teniendo en cuenta la presión demográfica, hay suficientes alimentos para todos, al menos hasta 2050. El gran problema del hambre, es la distribución de alimentos. Solamente voy a dar dos datos demoledores a propósito de la respuesta que da Greenpeace a la carta abierta de los 109 premio Nobel: el 75% de la superficie agrícola del plantea está destinada al cultivo de pastos, piensos y biocombustibles, y no a la producción directa de alimentos. Y segundo dato, el 30% de los alimentos que se producen acaban en la basura.

Por tanto, creo que antes de recurrir al uso de semillas modificadas genéticamente cuyas consecuencias respecto a la biodiversidad no pueden determinarse en el largo plazo, queda suficiente margen por mejorar en la eficiencia de nuestro actual sistema de producción y uso de alimentos.

No hay que ser ingenuo, y debemos tener presente que la propiedad intelectual de las patentes de semillas está en muy pocas manos.

Depender la alimentación del planeta de sus intereses económicos me parece algo muy arriesgado. Pero ello no puede ser óbice para justificar cruzadas anti-transgénicas, que causen un rechazo social infundado a la biotecnología. Transgénicos sí, pero según para qué. Si ofrecen una solución a un problema y hay más pros que contras, ¿por qué no? Pero no podemos levantar una bandera protransgénica o antitransgénica, porque no se trata de una respuesta de todo o nada, hay que evaluar caso por caso.

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