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Jonathan Franzen

Mentiras piadosas

La última novela del aclamado escritor norteamericano Jonathan Franzen es un hábil relato sobre la capacidad de soñar de sus personajes adultos, quienes perdida la pureza originaria construyen mundos soportables, como los de Purity Tyler, una joven antibelicista en busca de padre.

Mentiras piadosas

Para preservar la pureza o la inocencia de los niños hay que recurrir, muy injustamente si bien se mira, a la mentira: los adultos saben que la realidad es, a veces, tan ilógica que hay que transformarla para darle cierta (o falsa) estructura lógica. Se llamó «mentira piadosa» por esa carga emocional que la imaginación deformada ejercía en los propios adultos frente al desconsuelo o la perplejidad del niño ante los hechos. E incluso el propio Don Quijote, creación dentro de otra creación a manos de Alonso Quesada, vio en el mago Festón el necesario contrapunto que equilibrara ese conflicto entre el mundo idealizado y su realización concreta, es decir, lo real si es que este concepto, como tal, existe más allá de nuestra personal percepción de todo aquello que nos rodea. Porque a veces el adulto quiere forjarse, para sí, un amplio abanico de mentiras piadosas que también le sirvan de contrapunto, quizá porque necesita de un apoyo interior que siga hacia un destino concreto que se vaya clarificando por la inercia de lo sucedido. Otras, en cambio, miente a quienes le rodean, no porque exista un vacío interior, sino porque existe un contenido, llamado pasado, que solo trae resortes de una identidad en permanente contradicción e insatisfacción interior donde es difícil calibrar hasta qué punto una persona puede medir la repercusión de sus actos y sus palabras.

Pureza, la última novela del estadounidense Jonathan Franzen, no pasará a la historia por la magnitud de sus personajes, ni por el calado de su lenguaje (que tampoco creo que haya sabido acertar el traductor de este volumen si vemos el texto original), pero tampoco por el diseño de la trama. Es más, si somos sinceros, Pureza no arriesga ni estilística ni formalmente: se detiene en exceso en el detalle, en el dato, en la vasta genealogía de sus personajes cruzados por el absurdo azar de lo predecible sin embargo. Para darles credibilidad, desde la ficción, Franzen busca siempre lanzar el ancla en el lugar más profundo de su recuerdo, porque debe haber una lógica que lo explique, como lo vieron igualmente los novelistas del diecinueve. Y esa misma lógica puede estar en el pequeño detalle que, al zurcirlos en su conjunto, crean un traje a la medida de los momentos que se van sucediendo. Al lector le deja la misión de atar algunos cabos que no están sueltos, sino ligeramente destensados. Pero esto es también fruto de una apariencia por parte del autor ya que el juicio de valor cae sobre el propio lector y es él quien, en última instancia, salvaguarda la pureza de los actos que persiste tras los personajes. Por tanto, Franzen juega, muy hábilmente, con esa capacidad de imaginar y soñar (o creerse la mentira piadosa) que los adultos aún preservan: nos envuelve a personajes como Purity Tyler (Pip), Andreas Wolff, Annagret, Stephen, Dreyfuss, Colleen, etc. con otros como Evo Morales, Julian Assage o Markus Wolff, por citar algunos casos más visibles. Y hace lo mismo con los escenarios, donde es capaz de llevarnos de Oakland a la selva boliviana o la Alemania del Este sin que esta disparidad de marcos suene a artificial. El logro parece claro: una textura que le otorga evidente carnalidad a sus personajes, pero sobre todo a lo que estos mismos llevan consigo, su bagaje paradójico que les lleva a vivir en la mentira para rescatar una parte de verdad en su vidas. Quizá esto se acabe transformando en un fanatismo implícito que también sesgue nuestra identidad en beneficio de una necesaria máscara, la oculta razón de nuestro impulso: muy claramente lo apunta Franzen cuando señala, en el libro, a Internet como el arma más contradictoria por la que el ser humano intenta, en la actualidad, proteger el derecho a la verdad, pues en un mar de redes sociales teñidas de identidades falsas hay también una corriente de desenmascaramiento que impide la celosa protección de nuestra intimidad, con lo que al final estamos indefensos ante los demás del mismo modo que nos convierte en una potencial amenaza, tanto para exponer la realidad como para desvirtuarla igualmente. Este es un mal colectivo que, sin embargo, Franzen plantea de un modo individual para que no saquemos conclusión alguna, sino consecuencias múltiples, por eso el Sunlight Project (motivo que enhebra la vida de la protagonista, Pip, con Andreas Wolff), es en verdad una necesidad propia con máscara de colectividad. La trama, en cambio, poco de novedad ofrece: de la obsesión al amor, de la admiración a la decepción. Porque la novela plantea la vida de sus personajes como una transformación permanente, tanto en la palabra como en el pensamiento, de una mentira a una verdad soportable. Y para que ello ocurra es necesario sacrificar parte de nuestra pureza: la historia, pues, se podría resumir como ese progresivo ritual que nos hace pasar de niños a adultos no por la edad, sino por la trascendencia e irreversibilidad de nuestros actos, de nuestras pérdidas de inocencia o del imposible retorno al punto cero de nuestra decepción al descubrir la telaraña de una realidad que nos golpea a base de mentiras piadosas que al final no llegan ni a ser verdades a medias.

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