En Tavernes Blanques viven 9.300 personas y los muertos se reparten en tres cementerios: el parroquial, el municipal y el "dels ajusticiats". Hace más de 180 años que en este último no se entierra a nadie, lo que no deja de ser una buena señal ya que allí era donde acababan los restos de los condenados a muerte por la justicia en la ciudad de Valencia.

Nadie ha vuelto a ser enterrado allí pero aún hay quien se acuerda de aquellos pobres desgraciados que murieron en la horca o en el garrote vil y cuyos huesos reposan junto al barranco del Carraixet. Ayer, día de Todos los Santos, por primera vez en muchos años se volvió a rezar un responso en este pequeño camposanto sin lápidas a cargo de la cofradía de la Mare de Déu dels Desamparats del Carraixet, heredera de aquellos que se encargaron durante siglos de dar sepultura a los ajusticiados. La cofradía -que tiene unos 830 miembros, según explica la cofrade mayor Amparo Roig- mantiene cuidado el pequeño jardín bajo el que descansan los difuntos y cada último domingo de mes pide una misa en su recuerdo.

Pero, ¿por qué los ajusticiados eran enterrados en Tavernes? Durante siglos, la plaza del Mercado de Valencia fue el lugar elegido por el Justicia para dar muerte a los criminales. La costumbre era exhibir los restos durante días como ejemplo y escarmiento, costumbre no muy saludable en un lugar tan céntrico de la ciudad y donde se vendía comida.

Así que, según recoge el sacerdote Antonio Romero en su libro "Tavernes Blanques y su parroquia de la Santísima Trinidad", en el siglo XIV el Consell ordenó trasladar "a una hora de Valencia" los cadáveres y volverlos a colgar allí hasta que se descompusiesen.

El lugar elegido fue uno de los márgenes del Carraixet, a escasos metros de una de las cruces que aún marca el límite del "cap i casal". En el año 1400 se ordenó construir dos cementerios, uno para los "desamparados" que no tenían dónde caer muertos y otro para los ajusticiados. El primero desapareció en 1935 y sus cadáveres fueron exhumados y trasladados al segundo recinto, frente al que en 1447 se levantó una ermita dedicada a la Mare de Déu dels Desamparats.

La Cofradía de Nuestra Señora de los Santos Inocentes y Mártires tomó a su cargo la asistencia religiosa de los condenados a la pena capital. El día de la ejecución, los capellanes celebraban una misa al amanecer y junto a los cofrades, acompañaban al reo hasta el lugar del patíbulo. Después el cortejo fúnebre llevaba el cadáver hasta el Carraixet y allí volvía a ser "ahorcados" hasta que el tiempo y las alimañas los hacían casi desaparecer. Eran los vecinos quienes después descolgaban los restos y los enterraban en el cementerio. Así fue hasta 1790, aunque hasta bien entrado el siglo XIX se siguió enterrando a los ajusticiados, pero ya sin la costumbre de dejarlos antes a la intemperie.

Es difícil saber cuántos muertos hay en este pequeño cementerio y ningún familiar se acerca hasta allí para recordarlos. Pero gracias a la cofradía de Tavernes, nunca les falta una oración ni un ramo de flores que les alegre el día de Difuntos.

Ejecutados ilustres en Tavernes Blanques

El Cementeri dels Ajusticiats de Tavernes no es el Pere Lachaise de París pero puede presumir de algunos muertos ilustres. Por ejemplo, el libro de Antonio Romero asegura que aquí está enterrado el general Elio, capitán general de Valencia y defensor del Absolutismo, que se pronunció contra la Constitución de 1812 y fue ejecutado el 1822. También está José Romeu, guerrillero saguntino y comandante de los Batallones de Milicia Urbana de Murviedro durante la Guerra de la Independencia y ajusticiado en 1812. También se dice que descansa aquí Cayetano Ripoll, la última víctima del Santo Oficio en 1826.