"¡Vamos a ver a la Virgen!, ¡Vamos a ver a la Virgen", exclamaba cerca del Palau de la Generalitat una mujer de mediana edad acompañada de su hija. Su exaltación tenía motivo y es que ayer la ciudad honró un año más, y ya van 100, a la Virgen de los Desamparados, patrona de los valencianos con una procesión que recorrió el centro de la ciudad y llenó las calles de aplausos y flores.

El desfile partía, pasadas las 18.30 horas de la Catedral y estaba encabezado por cerca de 320 fallas y numerosas agrupaciones ciudadanas y colectivos religiosos, todos deseosos de demostrar su fervor y agradecimiento a la Geperudeta. Mientras tanto,observando atentamente la comitiva y embriagadas de emoción, miles de personas ataviadas con sus mejores galas esperaban pacientemente el paso de la Virgen. Grupos de amigos o familias con niños, todos dejaban pasar las horas comentando los trajes de las falleras o las experiencias de otros años de desfile y es que, en general, el que lo prueba, repite.

Los más afortunados eran sin duda aquellos que habían conseguido una de las preciadas sillas en primera fila para contemplar la procesión, pues no sólo disfrutaban mejor del espectáculo sino que podían hacerlo sin necesidad de pasar más de dos horas de pie. Algo tan sencillo como una silla plegable se convirtió en la jornada de ayer en el auténtico santo grial para el público. Algunos vecinos ya habían colocado el viernes por la noche los primeros asientos en las calles más importantes de la procesión, como la de Avellanes, mientras que los locales cerca de los cuaes tenía lugar la marcha se dedicaron a alquilar sus sillas a precios que oscilabana entre los 3 y los 5 euros según su ubicación.

Como cada año, los pétalos de rosas rojas y blancas fueron el mayor tributo ofrecido a la Virgen. Lanzados por señoras desde los balcones o por niños a pie de calle, a puñados o de forma sutil, pétalos y pétalos acariciaban la figura de la Geperudeta, danzaban durante unos instantes por el aire y finalmente dejaban calles como Cavallers o Avellanes convertidas en fugaces tapices florales. Cánticos fervorosos, besos en la lejanía y gritos de ¡guapa! acompañaban el paso de la imagen en una tarde en la que las nubes habían quedado desterradas y el sol doraba las calles de la ciudad.

Tras la célebre figura, se encaminaba el arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, seguido por el president de la Generalitat, Francisco Camps, y la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá,, así como distintos consellers y concejales. Y lo cierto es que a pesar de que se trataba del día grande de la Virgen, ésta se vio obligada a compartir parte de su protagonismo con Camps y Barberá, que fueron aplaudidos y ovacionados con casi tanto fervor como la santa patrona.