Las vueltas que da una noria, aunque sea la más alta de Europa, no son nada comparado con las que da la vida. Que se lo digan a Juan José Adam, de 48 años. Hace dos años perdió el trabajo, agotó sus «ahorrillos», como él dice, y enseguida se encontró viviendo en un hotel de una estrella. El «hotel» es el cajero en el que duerme. La «estrella», la del logotipo de CaixaBank bajo el que se cobija.

Ayer se subió a la noria de Valencia —gratis, como todos— en la acción reivindicativa que montó la campaña Pobresa Zero para escenificar que es posible «darle la vuelta a la pobreza y a la desigualdad» y que, incluso en el contexto festivo de las Fallas, hay que recordar que más del 28% de españoles vive en riesgo de pobreza o exclusión.

Juan José lo dice de forma más sencilla y aclaradora: «Se trata de hacer ver que no somos invisibles, que estamos aquí, que no somos fantasmas. Que hoy soy yo quien está en la calle, pero mañana puedes ser tú». Él, confiesa, sigue jugando a la lotería cada día para salir de la calle. «La lotería es el trabajo, y las papeletas, los currículums que entrego», dice con humor antes de subir gratis a la noria.

Los niños y chavales se inquietan porque la subida a la noria tarda en llegar. Entre ellos destaca el rostro negro del joven Promis, nacido en Nigeria hace 12 años pero afincado en España desde los tres. Se le ve listo y muy maduro. Usuario del colectivo YMCA para personas en riesgo de exclusión social, es la primera vez que puede subir a una noria. Le impresiona su altura. Pero más le impacta que la gente olvide a los pobres en su día a día. «No somos los únicos en la Tierra, sino que hay gente con necesidades. De comida, de agua, de zapatos, de ropa… Por lo menos, yo pediría a la gente que no tire la ropa usada. Que la dé a Cáritas», propone.

«Llamar la atención»

Muy cerca, mientras gritan «cero, cero, cero, Pobreza Cero», se mueve el colectivo de antiguos reclusos del Casal de la Pau. De la cárcel ha salido, después de tres meses y con orden alejamiento, Raúl Castañón. Sobre la noria apenas dice nada. Tiene otra preocupación: «Hay que llamar la atención para que se vea que hay gente pobre y que otros sufren la desigualdad», afirma. Raúl lamenta que, tras salir de la prisión, «ya no te miran igual y estás discriminado».

Algo así sufren Juan y Jordi (seudónimos), dos enfermos de esquizofrenia que viven todo el año en la residencia Vistabella de salud mental en Calicanto. Ayer fue un día grande para ellos; tan grande como la noria. Se hicieron unos bocadillos y pasaron el día en el cauce del río. «Por lo menos salimos y no estamos encerrados allá en la montaña, como un perro», masculla Juan. Su compañero Jordi, también paciente de esquizofrenia en la residencia, teme el vértigo de la noria. Pero le inquieta más otra cosa: «Que hagan mejoras en los centros y que nos integren en la sociedad». Pero, en ese aspecto, el vértigo lo sufre la sociedad.