Pasados los años padecemos las consecuencias de aquel Plan General de Ordenación Urbanística en el que desde la oposición participé que hemos de calificar de indeciso, vacilante y sin línea de continuidad a lo largo de sus cuatro años de elaboración. Digo esto porque en realidad hubo tres planes generales distintos, cada uno según su correspondiente concejal de Urbanismo. Así hubo un primer plan presentado y defendido por Juan Antonio Lloret que estaba impregnado de la ideología del valenciano de Anna Eduardo Mangada, responsable del PGOU de Madrid, de carácter totalmente restrictivo y conservacionista, con el objeto de evitar a toda costa el crecimiento y la expansión de la ciudad. Lo mismo que hizo Mangada en su fracasado plan de Madrid. Y en ese gran debate estábamos enfrentados, cuando con motivo de las elecciones del 22 de Junio de 1986 se presentó como diputado nacional por el PSOE a Lloret, por lo que al ser nombrado parlamentario dimitió como concejal, siendo sustituido por Miguel Albuixech.

Naturalmente éste introdujo grandes cambios en las directrices generales del plan, ya con posibilidades a la expansión y al crecimiento. Pero esta orientación duró poco. Al año siguiente tras las elecciones municipales de 1987 el alcalde nombró como nuevo delegado de Urbanismo al arquitecto Fernando Puente, provocando otro cambio,el tercero en dos años esta vez radical en las ideas básicas del urbanismo y por consiguiente del PGOU, que se pasó a ser altamente expansivo y abierto al futuro, que naturalmente no se parecía en nada al del 1985 de Lloret.

Y sin embargo estábamos bajo el mismo alcalde y el mismo partido en el gobierno municipal; el PSOE.

Pero si hemos criticado la falta de estabilidad en los criterios, tampoco podemos olvidar el miedo reinante a tomar decisiones imprescindibles para Valencia, sobre todo en sus zonas más castigadas y conflictivas. Para ello inventaron la denominación de «urbanismo diferido» (dicho de otro modo «el que venga detrás que arree») y olímpicamente dejaron fuera del plan a toda la Ciutat Vella y todos los territorios que llamaban históricos como Campanar, los Poblados marítimos y el PP 5, que es San Vicente extramuros, donde las grandes fábricas junto a RENFE. Y así se escribió la historia.

Y así quedó a medias la mejor oportunidad para solventar todos los problemas de Valencia, huyendo cobardemente de posibles costes electorales. Hoy nos persigue aquella indefinición, pero impregnada de una gran belicosidad en el Cabanyal y tenemos cien proyectos del Parque Central sin adivinar al final cómo va a ser. Y tampoco sabemos si Valencia es una ciudad portuaria cerrada por un horizonte de grúas y contenedores o marítima con una gran avenida que la conecte con su mar abierto. De ello hablaremos en otro artículo con la extensión que merece Y así se aprobó el PGOU de 1988, bajo aquel alcalde tenía fama de gran urbanista.