El Museo Fallero, junto a la emblemática Ciudad de las Artes y las Ciencias, es un gran desconocido de Valencia, con casi 80.000 visitas al año frente al millón que inunda la ciudad los días grandes de las Fallas. Es, sin embargo, el que más sabe sobre el arte y la historia de las fiestas josefinas.

Un día cualquiera de la semana menos el lunes, que cierra, a las once de la mañana, todavía no hay rastro de los rusos, italianos, portugueses y chinos que desde el museo aseguran que son los que más pasean entre los tradicionales ninots que se han salvado de las llamas por su belleza, ingenio o gracia.

Al entrar a la exposición, en un largo y luminoso pasillo de la planta baja, se encuentran las primeras figuras que se conservan, oscuras y un tanto tétricas, a las que acompañan los carteles que anuncian las fiestas falleras, repletos de tonos rojizos y alusiones al fuego, junto a la foto del mejor monumento de cada año.

Las primeras figuras indultadas, construidas con madera y cera y cubiertas de ropas viejas para dar realismo, se conservan desde 1934, pero han sido restauradas o reproducidas en los últimos años, ya que la cera ha sufrido el paso del tiempo. Hasta que el visitante no llega a 1956 no da con el primer ninot hecho íntegramente en cartón piedra.

Son las once y media y, por fin, comienzan a llegar visitantes, tanto extranjeros como españoles, que observan cómo con el paso de los años, los colores van cambiando, hay más variedad y se usan tonos más brillantes, a la vez que las figuras son más ilustrativas, más caricaturescas.

A partir de los años setenta las figuras empiezan a hacerse con poliéster y al llegar a mediados de los ochenta ya se percibe el trabajo en poliestireno o corcho blanco, con el que se hacen ahora la mayor parte de los ninots.

Esteban López es valenciano pero vive en Madrid y está de visita el museo con su hija pequeña. «Las primeras imágenes son más bien tétricas, se notan colores más oscuros» pero las de ahora «están llenas de color» y «dentro de usarse una técnica similar, el contenido de las propias figuras es muy distinto», explica.

Cuando el visitante llega a 2014, acaba la exposición con el último ninot salvado del fuego por votación popular, aunque antes de salir aún se puede ver la exposición de las insignias con el escudo de todas las fallas de la ciudad.

Después sólo queda la foto de recuerdo frente a un museo que el año pasado batió récord de visitantes, con 78.181.