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En el Pla del Remei con Lucía Gil

"Estas calles me han dado mucho"

Lucía Gil Raga destaca la «proximidad, el encanto y las ventajas del pequeño comercio» como grandes atractivos de la zona del Eixample donde creció y tiene su consulta médica

"Estas calles me han dado mucho"

Lucía Gil Raga sería una buena embajadora de casi cualquier causa, pero si de algo hace bandera con plena convicción es de su distrito, l'Eixample, de su barrio, el Pla del Remei, y de su falla, Císcar-Burriana. «Es un privilegio vivir aquí, puedes ir a todas partes a pie», explica con una perfecta sonrisa de odontóloga quien fue fallera mayor de Valencia en 2006. En esta zona de la ciudad creció y no muy lejos del piso familiar de la calle Císcar, en Gran Vía Marqués del Turia, comparte consulta médica con su padre y hermano, aunque éstos son ginecólogos. En lo que ella define como «un triángulo mágico» Parroquia del Ángel Custodio, Colegio Maristas y Cánovas, pasó una adolescencia que recuerda muy feliz. «Aquí no te sientes solo nunca, porque todos nos conocemos», señala, para reiterar que se trata de una zona de la capital «supercómoda» para vivir. Desgrana Lucía «el encanto y ventajas del pequeño comercio», «la proximidad» y tener al lado «el pulmón» que supone el jardín del viejo cauce del Turia.

Aunque ahora vive en la avenida de Francia, el vínculo con su barrio permanece intacto. Su hija Alba cursa infantil en Maristas como mamá y el abuelo Fernando . «Es un colegio de los de toda la vida, que te forma por dentro y te inculca una serie de valores educativos y familiares, con una esencia que me gusta y donde además se da mucha importancia a la parcela deportiva, con actividades para involucrar a la familia», recita. El benjamín de los Martín-Gil, Fernando, acude a una guardería de la zona donde conocen a la familia a la perfección y cuidarán unos minutos más al pequeño porque el paseo por el barrio y la sesión de fotografías ha retrasado más de la cuenta a esta mujer que llega a la cita impecablemente vestida y maquillada, disimulando a la perfección que siempre va «corriendo para llegar a todo». «Por eso me gusta este barrio, porque tienes todo tan cerca...», suspira.

Valencianía en cada esquina

Conoce cada palmo de la barriada de memoria, cada tienda, cada bar, el mejor horno... Ha callejeado mucho, y se nota. «Aparte de que todo el mundo se conoce, me gusta el ambientazo que se respira porque creo que es la parte de Valencia en la que hay más bares por metro cuadrado», señala, para acto seguido apostillar: «Sales de trabajar y está siempre lleno de gente joven tomándose una tapita o una caña, y da una envidia».

Defiende con énfasis, además, la valencianía de unas calles que sigue transitando todos los días para ir al trabajo, a casa de sus padres, a por los críos. «Tenemos fallas, las cruces de mayo, los altares. Como edificios emblemáticos enumera la casa Chapa, en la plaza Cánovas del Castillo, símbolo del modernismo, el Mercado de Colón. «Nunca falta el aire festivo con pasacalles y pólvora y después se respira mucho aire estudiantil porque está Maristas, Loreto, Dominicos...», argumenta. «Estas calles me han dado mucho. Mis amigos, mi falla, mi educación...», apunta. Su poder de convicción le sirvió para arrastrar a su marido, Javier, desde Madrid hacia Valencia. Allí se conocieron cuando Lucía cursaba la carrera.

«Sí, eso es una conquista mía, pero no es difícil con la calidad de vida que hay aquí. Como digo yo, ésta es una ciudad perfectamente pequeña y suficientemente grande, con un tiempo maravilloso y una gente con un carácter muy afable», manifiesta mientras pasea por Gran Vía Marqués del Turia. «Javier se ha hecho fallero, no puedo pedirle más a un madrileño», presume.

«Que vengan con una sonrisa»

Ante una taza de té, en Notre Dame, a unos metros de la fachada de Maristas, hace repaso el torbellino que fueron las fiestas de 2006, donde aguantó con estoicismo el tremendo aguacero de la Crida. La lluvia volvió a acompañarla el día de su boda, en la parroquia Ángel Custodio, donde fue una «junior» feliz en su adolescencia, donde contrajo matrimonio y más tarde bautizó a sus hijos... y se siente como en casa. Lucía, criada en ambiente de médicos, optó por la odontología en vez de la obstreticia siguiendo el consejo de su padre para poder conciliar mejor la vida laboral y la familiar. Ahora está «encantada». «Me gusta mucho mi trabajo, atender y resolver los problemas de la gente que acude aquí», asevera. «Quiero que la gente venga sin miedos a la consulta y se vaya contenta», razona. Viéndola expresarse es fácil que consiga su objetivo.

Esta fallera mayor, que dejó una fuerte impronta por su aplomo, aboga por que se rompan los estereotipos y los prejuicios que envuelven no a las Fallas, sino a las comisiones. «Esta es una fiesta popular, de la que puede participar todo el mundo y que no es excluyente pero entiendo a los que se quejan porque se cortan demasiado pronto las calles, o por el ruido», advierte, para aprovechar la ocasión y abogar por un consenso entre todas las partes en beneficio común y de una fiesta que ella defiende como dinamizadora del tejido económico. «Movemos muchísimo dinero y generamos muchos empleos», sostiene. No desaprovecha la ocasión trufar fallas y urbanismo, y recordar la proximidad e importancia del viejo cauce en su vida. «Ahí bajaba yo mucho y quién iba a decirme a mí que el Palau sería un día el escenario de mi exaltación».

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