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Los contrastes de la ciudad

El pueblo hallado; la ciudad perdida

El espectacular pueblo de Campanar se erige como una gran isla en la ciudad - Las dos torres del IVVSA paralizadas en Sociópolis torpedean la vista de la huerta

Confluencia de las calles Baró de Barxeta con Grabador Enguídanos y la vista frontal del esqueleto de las dos torres que impulsó el Instituto de la Vivienda en la pedanía de La Torre (de izquierda a derecha). fernando bustamante/josé aleixandre

­Descubrir el pueblo de Campanar es como recuperar la confianza con el género humano, un ejemplo de cómo la arquitectura tradicional de la huerta ha sobrevivido al acoso de la ciudad, pero engullida por ella. Nos detenemos en la calle Baró de Barxeta, tras dejar atrás la Plaça de l´Església. Uno puede dar un giro completo sobre sí mismo y reconocerse en cualquiera de las preciosas poblaciones que rodean el cap i casal. Sin embargo Campanar se refugió sobre sí mismo para protegerse de la urbe y hoy es un auténtica isla, privilegiada e incluso envidiada por los que pisan ocasionalmente sus calles.

Baró de Barxeta es una de las calles peatonales del núcleo antiguo de Campanar, que mantiene vivo el espíritu de los pueblos. La ciudad se manifiesta a tan solo unas decenas de metros y aunque las tradicionales casas apenas sobrepasan las dos alturas, forman una barrera perfecta contra el bullicio de las grandes vías como Vall de la Ballestera o Maestro Rodrigo. Sus gentes, desde viejos del lugar hasta nuevos propietarios, todavía siguen diciendo aquello de «vamos a Valencia» cuando salen al centro, sin percatarse de que forman parte de ella.

Si encontrar un pueblo dentro de una ciudad es un fabuloso hallazgo, darse de bruces con dos moles de hormigón en medio de la huerta duele poderosamente. Sociópolis vive con el esperpento a diario, dos torres de edificios que comenzó a construir el Instituto Valenciano de la Vivienda (IVVSA) en 2009 y que fueron víctimas de la terrible crisis. Cien familias que pensaron instalarse allí siguen esperando a que se reanuden las obras. Hoy sus esqueletos yacen rodeados de pequeños huertos sociales que tratan de dignificar unos terrenos heridos.

Lo peor de estos dos edificios, de 14 y 18 alturas, respectivamente, es que se exhiben en el poderoso escaparate que les da la V-30, por la que diariamente circulan miles de vehículos. Es como un recordatorio de los desmanes de la crisis inmobiliaria, además de un estorbo mayúsculo que impide ver el horizonte de l´Horta Sud.

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