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Café de Viena

Resurrección

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Hoy es domingo. Domingo de café, de paseos, de periódicos, domingo de Resurrección también. En las calles del Cabanyal-Canyamelar „una burbuja de frenesí dentro de la calma dominical de la ciudad„, y si el tiempo no lo impide, se celebra uno de los más vistosos y alegres desfiles que se pueden ver, el de la Resurrección de Jesús, que pone prácticamente fin a la Semana Santa Marinera. Resucitar significa textualmente volver a la vida, restablecer, renovar, dar nuevo ser a algo, incluso la vuelta a la vida de un muerto. El cristianismo reconoce esta última acepción refiriéndose a la figura de Jesús y por ello se celebra este desfile en las calles del Marítimo. Es paradójico y significativo que este acto se celebre en las calles de un barrio que necesita volver, también, a la vida. Cualquiera que lo conozca hoy se asombrará al leer lo que fue. Fíjense lo que decía del mismo una guía de 1929 («Guía del Turista en Valencia», editada por José Galiana): «Es el más hermoso de los suburbios de Valencia; dispone de amplias calles, alguna de dos kilómetros de longitud, bien pavimentadas y con excelente alcantarillado; variada edificación, con inmuebles de arquitectura moderna, entre ellos el elegante teatro de la Marina, en donde se pueden dar espectáculos de todas clases y varios cines y cafés de importancia. También, en esta barriada, están las parroquias de Nuestra Señora del Rosario y de los Ángeles, que junto con la de Santa María del Grao celebran las famosísimas fiestas de Semana Santa, de inusitada grandeza».

Elegantes teatros y cines, moderna arquitectura, el más hermoso de los suburbios de Valencia? Resurrección pues, también, del barrio. La vuelta a la vida del barrio del Cabanyal-Canyamelar, es tarea improrrogable. Tres largos días pasó Jesús en los avernos antes de volver a la tierra. Décadas de infierno lleva el barrio esperando su vuelta a la vida. El desfile de Resurrección de la Semana Santa Marinera muestra la alegría y el colorismo de un acto que apunta directamente a la esperanza y a la ilusión de que los infiernos se pueden vencer, los abismos rellenar y la vida triunfar. En todos los sentidos.

Resurrección. Volver a la existencia. A diferencia de otras religiones, el judaísmo y el cristianismo son creencias de futuro, que confían en una palabra, que se abren a una esperanza. De hecho, ambas viven de una promesa, y como dice el jesuita Juan Antonio Estrada, «son grupos humanos orientados al futuro y ponen en primer plano la praxis salvadora». ¿No es hasta cierto punto simbólico e incluso profético que sea justamente en el Cabanyal-Canyamelar, el barrio mártir de Valencia, donde se celebre con tanta intensidad este regocijo por la promesa de un futuro mejor y el trabajo por un presente digno?

Los infiernos siempre se pueden dejar atrás. En tres días o en tres décadas: el tiempo de los humanos no es el de los asuntos divinos. Miremos hacia ese futuro, confiemos en el mañana. Podemos soñar en un barrio, como lo fue en 1929, de teatros elegantes, de cines acogedores, de calles limpias y pavimentadas, de arquitecturas modernas y modernistas, de cafés ilustrados donde leer los periódicos de la mañana, de fama bien ganada de ser, de nuevo, el más hermoso de los suburbios de Valencia.

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