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La trastienda

Valencia, ese cuarto milenio

Valencia, ese cuarto milenio

No sé si soy el único que piensa que en Valencia están pasando cosas muy extrañas. Difíciles, rocambolescas, insuperables. Unas se ven con temor, otras con asombro, pero ninguna de ellas deja indiferente a nadie.

Empecemos por el suceso que a mi juicio ocupa lo más alto del top, y el más reciente, ocurrido durante la madrugada del jueves. Uno o varios iluminados abandonaron, a modo personal y junto a un contenedor, un ataúd de color pino con la tapa entreabierta. Lo depositaron vertical, apoyándolo en el lateral del mismo. Todo muy tétrico, como muy oscuro a la par que curioso. Para más asombro, el portador (elijamos el singular a partir de ahora) del objeto no eligió un barrio tranquilo y discreto. No. Lo hizo en la calle San Vicente, en uno de sus tramos más transitados.

Lo encontraron los propios operarios encargados de recoger la basura y alertaron del suceso a la Policía Local, que a su vez abrió investigación al respecto. Tras el primer peritaje a pie de campo, se llegó a la conclusión del buen estado del mismo y de que (este dato es importante) estaba vacío. Actualmente se encuentra en las dependencias de la contrata que gestiona los residuos, a la espera de nuevas órdenes o reclamación del mismo, antes de proceder a su destrucción si ningún nuevo acontecimiento evita el triste final.

Pasados ya unos días, es la teoría del abandono la que más sentido y fuerza parece cobrar entre las posibles opciones. Si damos por buena esta tesis, el propietario de la pieza podría haber optado por un Cash & Converters o tienda similar. Además de atenerse a la ley, algunos euros hubiera rascado, pocos, que estos negocios no se andan con tonterías, pero algo más que nada. Y digo lo de atenerse a la ley porque, según ordenanza municipal, no está permitido dejar junto a contenedores «muebles» de considerable tamaño.

Pasemos a otro misterio. Sin motivo, sin que el viento o los factores meteorológicos pudieran ser la causa, sin más conclusión que el hecho en sí, unos días antes de que diéramos por terminado el 2014, parte del revestimiento de la muralla islámica de la calle Salinas, en pleno corazón del barrio del Carmen, se vino abajo. Ni más ni menos que un muro catalogado como Bien de Interés Cultural de nuestra ciudad. Tan solo dos días antes se desprendía una de las campanas del Micalet. Aún se debate apasionadamente sobre el tema, si bien parece que la falta de mantenimiento pudiera ser el motivo de tan desafortunado suceso. Así lo alertó el Gremi de Campaners, una de las voces más críticas sobre el tema en cuestión.

Algo así ocurrió con parte del falso techo del comedor del Centro de Investigación Príncipe Felipe, con la fortuna de que el derrumbe se produjera durante la noche y en fin de semana, sin que hubiera que lamentar más daños que los materiales. Y siguen sin esclarecerse las causas. Igual que ocurre con los temblores de un edificio en la avenida Barón de Cárcer. Una colección de sucesos con tan solo unos meses de diferencia que dan que pensar, incluso para un escéptico de lo misterioso como yo, dado siempre a buscar y encontrar la lógica material en las cosas y en los hechos. Aunque todo apunta a que pasará a formar parte de la lista de fechorías sin resolver, seguiré atento a la investigación del caso del ataúd abandonado, noticia de la que me declaro fan absoluto, seguro de pensar que este tipo de cosas solo pueden pasar en Valencia.

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