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La historia del "Niño de la Bola"

El "Jesuset" del escultor Capuz

El "Niño de la Bola" es una advocación añeja, pero Capuz en esta talla le da pleno esplendor de efebo

El «Niño de la Bola» capuziano, serio pero brillante, más parece un Eros pagano que un Jesús cristiano. levante-emv

José Capuz Mamano creó grandes esculturas, pero quizás ninguna tan emotiva como este »Jesuset» o «Niño de la bola» que, en su factura, tanto recuerda al «Niño de la Concha» del mismo autor.

José Capuz Mamano nació en la calle del Grabador Selma de Valencia el 29 de agosto de 1884. Su padre era imaginero religioso en la calle Gracia. Tuvo dos hermanos, Pascual, pintor afamado casado y sin hijos, y Augusto, restaurador y ebanista con una única hija, Manuela, que desposó con Evaristo Viñas Gil. Su hijo José Luis y su gentil esposa Mercedes Pérez Giménez nos han regalado detalles desconocidos de su historia.

A los 18 años Capuz comprendió que Valencia es ingrata con sus genios, y se trasladó a Madrid. Dos años después, en 1906, consiguió una pensión para Roma. Luego Florencia, Nápoles y París. Conoció a Meunier, Bourdelle y Rodin.

Capuz, pobre y con estrecheces económicas, se sentía solidario con el mundo obrero. Retrató un magnífico «Forjado» y todas las obras que presentó en la Exposición Valenciana de 1909 fueron de tema social.

Vivió entre dos mundos. Proletario, trabajó en el taller del padre Granda, epicentro de la producción imaginera para iglesias de toda España. Triunfa en figuras procesionantes de Semana Santa. Su carácter rebelde le llevará en tiempos de la Segunda República a cofundar la Asociación de Artistas Amigos de la Unión Soviética.

Pero durante la monarquía alfonsina y la dictadura de Primo de Rivera ha de disimular sus inquietudes, y se convierte en escultor de la alta sociedad.

En aquellos felices años veinte sucedió un luctuoso acontecimiento. Capuz se había casado con una bellísima italiana que conoció en Roma. El matrimonio venía regularmente a visitar a sus familiares en Valencia. Elvira Danielli era una mujer muy elegante, y su suegra le presentó a una portera de la calle Denia que sabía coser muy bien.

Un día, cuando Elvira acudió a retirar un vestido encargado para una boda, encontró a la costurera llorando desconsolada. Su hijo, de ocho años de edad, había sufrido un percance terrible y estaba internado en el hospital. Tenía un desgarro anal que le había producido una fuerte hemorragia. Todo acusaba a un personaje de la parroquia encargado de los cursos de primera comunión.

Hace poco se destapó en la ciudad pakistaní de Lahore un escándalo en una escuela coránica que mancilló 280 niños. Esta lacra de la pederastia parece cebarse en ámbitos sagrados de religiones especialmente beligerantes contra la sexualidad.

Naturalmente el incidente fue tapado y no se condenó a nadie. Pero cuando Elvira se lo contó a su marido, el escultor se preocupó de visitar a la víctima y consolar a la madre. Profundamente conmovido por la belleza inocente de aquel muchacho trazó sus rasgos en un cuaderno y, cuando volvió de Madrid a los pocos meses, le obsequió con un Niño Jesús inspirado en su boceto.

El «Niño de la Bola» es una advocación añeja, pero Capuz en esta talla le da pleno esplendor de efebo. El detalle de la manzana lo trasunta en un Eros pagano que bendice precisamente lo prohibido, como para perdonarlo.

En 1936, al estallar la guerra, los Capuz se refugiaron en Valencia. Aquella madre acudió a defenderle ante los milicianos, así siguió trabajando discretamente en la calle de la Paz, creando extraordinarias piezas como el busto de Marisol Alfaro.

Superada la contienda, Capuz hubo de aclimatarse. La Diputación de Madrid le encargó el busto de José Antonio, y la Universidad de Valencia el del general Franco. Enseñó en San Fernando como académico y realizó una ingente obra religiosa para todo el país, e incluso el extranjero, en su taller de la calle Ayala 30. Recibió muchos encargos, pero quizás el que más le marcó fue la estatua ecuestre de Francisco Franco, que se ubicó en una plaza principal de Madrid y luego fue clonada para Valencia y el Ferrol. Iconográficamente fue la imagen simbólica del Dictador en sus últimos tiempos.

Como una rebelión íntima contra ser considerado artista oficial del Régimen, Capuz murió en 1964. Desde 1966 Valencia no le ha montado ninguna exposición. En Cartagena ha tenido gran éxito «A Divinis», sobre el modelo clásico en su escultura hace escasos meses.

Quizás al cabo de 50 años sería bueno recordar que José Capuz fue algo más que el autor de la atribulada y ambulante estatua franquista. Esta historia del Jesuset ultrajado nos muestra a un hombre muy humano que quizás no pudo exteriorizar nunca sus verdaderas inquietudes.

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