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Jardín urbano

Un bosque en Russafa

Los solares interiores del Camí de la Roqueta podrían convertirse en jardines urbanos

Un bosque en Russafa

Funcionarios del ayuntamiento han talado los últimos árboles que quedaban del bosque de Russafa. Sin duda ha sido una decisión burocrática de la que los responsables políticos no se han enterado, pues poca gente sabía que existe un lugar tan bucólico y al mismo tiempo tan céntrico. Porque no estamos hablando de un sitio remoto en la huerta, sino el interior de una manzana junto a la Gran Vía de Germanías. Probablemente el alcalde Ribó y sus concejales lo hubieran impedido.

El templo de Sant Vicent de la Roqueta era la ermita más famosa de Russafa. Aunque las vías del tren han distorsionado el trazado del barrio, el término municipal ruzafeño llegaba hasta la calle de San Vicent. Al otro lado estaba el «quarter» de Patraix. Por tanto la Roqueta era de Russafa y no de Patraix. Fue de la ciudad de Valencia en 1877, cuando la capital absorbió el pueblo de Russafa.

Desde el centro de Russafa, la iglesia de Sant Valero salía un camino rural hasta la Roqueta. Era un vial de tierra por donde los peregrinos caminaban descalzos, en señal de penitencia. A ambos lados había huerta y plantaciones, por donde después se trazaron las calles de Clero, Sevilla, Denia, Cádiz, Sueca, y al otro lado del túnel Pelayo y Jerusalén. Era un camino directo donde destacaban los árboles de lo que llamaban el bosque de Russafa.

Estos «bosques» eran pequeños huertos arbóreos donde se producía madera para el consumo urbano. Los grandes troncos provenían de la Serranía, bajándose por el río Turia. Pero en la fértil huerta también había pinares y otras especies con la que tener leña cercana, especialmente en Campanar. El único recuerdo toponímico que queda de estas zonas es el nombre de «Arrancapins».

Cuando las murallas de Valencia fueron derribadas, sobre la huerta de Russafa se trazó el rectilíneo Ensanche que lo uniformó todo. Entre las calles Sueca y Cádiz estaba el bosque que suministraba madera al pueblo. Por allí pasaba el «Camí de la Roqueta» que, incomprensiblemente, sobrevivió al urbanismo moderno. En el chaflán de las calles Denia y Cádiz hay una gran puerta de hierro que cierra lo que queda de camino de Russafa. Dentro todavía queda una casa de pueblo que sólo tiene acceso por esta vía pública. Antiguamente estuvieron el almacén de muebles, Serra, la cristalería Montesa, la trasera del bar «Los Navarros» y la fábrica de gaseosa «Revoltosa». Allí, entre edificios enormes, resistían los últimos árboles rurales de Russafa que recientemente han sido aniquilados.

Curiosamente en esa última casa del Camino de la Roqueta han instalado el centro «Shivaya» de budismo y meditación, donde la terapeuta «Hey» imparte «cursos de milagros» y «rebirthing» desde hace más de quince años, junto con Vicente, Sun y Agus. Es un manantial espiritual dentro de la gran urbe.

Este «camino de la Roqueta» es una propiedad municipal. Con la gran necesidad de jardines que tienen el barrio, resulta incomprensible que nadie haya reparado que aquí se podría crear un bello espacio urbano.

Además ayuda otra circunstancia. El antiguo edificio que fue de los almacenes «Lanas Aragón» en la calle Cádiz fue comprado por unos constructores en la época de la especulación, y tiraron abajo las casas de principios de siglo. Pero luego llegó la crisis y el solar revertió a un banco, que por supuesto no construye nada de momento. Son las fincas 10, 12 y 14 de la calle Cádiz.

Si este solar se uniera al camino existente, que ya es de propiedad municipal, aparecería en este lugar un bello jardín de nueva planta, justamente sobre lo que fue bosque tradicional. En Russafa siempre que se habla de un parque miramos al Parque Central de las vías del tren, pero olvidamos que todas las manzanas interiores del barrio fueron proyectadas como zonas ajardinadas para el deleite de los vecinos, al estilo de la Finca Roja. Como nunca se respetó este proyecto, el barrio se quedó sin pulmones, pero todavía podrían recuperarse.

El Camí de la Roqueta, junto con la cercana calle de Chella y la calle Canals, podrían ser las bases para la creación de microjardines dentro de las manzanas, solución idónea para esta zona tan saturada de cemento. De momento es propiedad municipal, y no hay que gastarse mucho en expropiaciones, a no ser que queramos ampliar.

Enfrente de allí, en el primer edificio de Cádiz, existe el taller cerámico «Nacho», posiblemente el mejor de Valencia. Amparo Gimeno, extraordinaria ceramista manisera, podría ayudar a diseñar y decorar estos nuevos jardines, con su ejército de señoras artistas. Saldría baratísimo porque regalarían horas de trabajo a porrillo con tal de ver el barrio dignificado. Arreglar Russafa no es ponerle aceras más amplias, donde apenas plantan nuevos árboles. Lo bueno de Russafa está en el interior; en el interior de esas grandes manzanas que podrían significar un verdadero vuelco a la calidad de vida del barrio.

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