Vivimos en una ciudad distinta. Es tan llana que su „ hasta hace poco tiempo„ única colina estaba formada por las ruinas de un palacio antaño habitado por reyes, y por ella discurre un río de 150 metros de anchura cruzado por nada menos que 23 puentes, que un buen día dejó de llevar agua. Trascurridos muchos años desde la última crecida, reconciliada Valencia al fin con su impredecible río, en 2007 nació una iniciativa ciudadana para impulsar el retorno del río Turia al cauce histórico. Se dio a conocer como «Iniciativa Turia». El profesor Joan Olmos, una de las personas que lideraban ese movimiento, la recordaba haciendo mención al que fue su padre intelectual: Antonio Estevan. La crisis silenció aquella propuesta. El entusiasmo con el que se defendió aquella idea fue un revulsivo para los que creíamos que cuando se inauguró la estación de la Alameda de Calatrava se dio la estocada definitiva a cualquier posibilidad de hacer pasar de nuevo agua por el antiguo cauce, cerrando un proceso que inició Ricardo Bofill con su diseño clasicista ajeno a cualquier diálogo con la esencia y la historia del lugar. ¿Pero realmente es posible que vuelva de nuevo el agua al cauce histórico, recuperándose el primitivo sentido urbano, geográfico y cultural de este espacio? La gente de Iniciativa Turia afirmaba que sí, y como ese movimiento se apagó antes de que se hicieran públicas sus ideas, sólo queda, a la espera de su resurgir, intentar imaginar lo que les llevó a apostar decididamente por esa idea. Imagino que el trazado del nuevo río entroncaría con el nuevo cauce pocos metros aguas abajo del Azud del Repartiment, en el punto por el cual el viejo cauce estuvo nutriéndose de agua hasta el desvío definitivo. Un juego de válvulas o compuertas aseguraría el cierre automático del antiguo cauce en caso de crecida del Turia. El caudal de este nuevo curso de agua, que podría denominarse «caudal cultural» en analogía con el caudal ecológico, podría detraerse, no sin polémica, del asignado a las acequias de riego en virtud del descenso de superficie regada por las mismas, sobre todo Mestalla y Rovella. Supongo que, aprovechando el antiguo lecho del río entre el nuevo cauce y el parque de Cabecera, hoy cegado y convertido en un infame solar alargado, el agua conectaría con el sistema de estanques, lagos y canales de este parque, convirtiendo el actual circuito de rebombeo en un flujo natural por gravedad. Cerca del puente Nueve de Octubre el nuevo curso encontraría uno de los mayores obstáculos, dada la cota muy deprimida a la que se encuentra el extremo del lago. Salvado de algún modo este serio inconveniente, el nuevo río, materializado por ejemplo mediante una simple excavación orlada de plantaciones de ribera „ similar al diseño que Carmel Gradolí nos regaló en el parque de la Rambleta„, teóricamente debería, a partir de aquí, discurrir plácidamente por el parque. ¿Plácidamente? La saturación de espacios en algunos tramos del Jardín del Turia es un hecho, en gran medida por la proliferación de instalaciones deportivas, algunas de las cuales deberían ser reubicadas. Así, el nuevo curso debería tener una anchura más bien escasa para poder adaptarse a la saturación de espacios y poder culebrear entre las numerosas pistas deportivas, estructuras, fuentes, estanques, columnatas, etc. que jalonan el parque. Estamos hablando de unos pocos metros. Además no debería superponerse con el eje del cauce, el lugar que ocupaba el último lecho que tuvo el río antes de su desvío y que hoy forma la columna vertebral del sistema de colectores pluviales de la ciudad. Y eso sin hablar de los servicios que discurren enterrados por el parque. Aún así, dejando irresuelto el paso sobre la estación de Calatrava (¿Un pequeño rebombeo? ¿Una represa quizá?), trazar un curso viable que conecte con el impactante río artificial hormigonado que Ríos-Capapé diseñó para el tramo final del jardín no sería demasiado complicado. En algunos puntos críticos se haría necesario aprovechar las estructuras existentes, como la casa del Agua para salvar el azud de Rovella, o el canal lateral del tramo diseñado por Vetges Tu-Mediterrània; En otros, reducir el espacio destinado a algunas instalaciones, como el Gulliver. Recientemente, la construcción de los definitivos carriles para bicicletas del parque y sobre todo la reciente inauguración del circuito 5K de la Fundación Trinidad Alfonso han acabado de colmatar el parque en los puntos más críticos. Esta nueva vena del ya muy congestionado brazo verde que es nuestro parque más emblemático discurre por el mejor de los trazados que quedaban libres, por lo que no sería descabellado pensar en un trazado paralelo para el nuevo río en algunos tramos. Imagino que, aguas abajo, a la altura del puente del Azud del Oro, el agua se vertería mediante una cascada hasta desembocar en el mar. Es decir, como haría un río auténtico. De escasa anchura, casi una acequia; pero un río al fin y al cabo, no un sucedáneo. Mantener este tramo final, el último vestigio del río original, en lámina libre, olvidando para siempre la construcción del colector previsto, y recuperar la desembocadura original del puerto, o en su defecto, sustituirla por una conexión con la dársena, son ideas que ya he defendido en acabarían de dotar de sentido al proyecto de recuperar el río a su paso por la ciudad. Una ciudad que, por ser tan distinta, por tener tantas carencias, por eternamente inacabada, tiene como contrapartida asemejarse a un inmenso taller de urbanismo donde de vez en cuando aparecen ideas rompedoras. En todo caso, esta en concreto, que enriquecería de forma sustancial la visión de Valencia, parece factible por todo lo visto, y el coste, no excesivo, dada la escasa anchura de la intervención. En época de austeridad, solo cabría acogerse al amparo del mecenazgo privado.