Las tímidas „pero inéditas„ medidas que el Ayuntamiento de Valencia ha puesto a pie de calle muestran unos resultados que a nadie debieran sorprender. Un domingo al mes, la plaza comunal se llena de gente y de actividad, y además esta semana la Lonja y la plaza del Mercat han respirado por primera vez quitándose la mascarilla. Coincide la histórica decisión con una reunión en Valencia (4 y 5 de febrero) sobre la calidad del aire urbano, promovida por el CSIC y la Generalitat Valenciana.

Y la primera reflexión que me viene a la cabeza tiene que ver con el retraso injustificable que nuestra ciudad trae a la hora de poner remedio a tan lacerante situación. Cuando las medidas de reconquista del espacio público se vayan extendiendo, habrá quien se plantee por qué no se tomaron antes, por qué ha habido que lamentar durante tantos años impactos superables, y costes excesivos de todo tipo, a partir de obras que, ladinamente y al contrario de lo que había que hacer, fueron poco a poco comiendo espacio a los ciudadanos para entregarlo a los coches.

Habrá que reflexionar por qué hemos asumido con tanta normalidad que mucha gente soporte niveles de ruido en sus viviendas, aire sucio y contaminado. O que haya víctimas graves y víctimas mortales en nuestras calles por la sencilla razón de que el sistema de gestión del viario no es capaz de garantizar la seguridad de las personas, sabiendo que no todas están dispuestas a cumplir las normas.

No tiene ningún fundamento seguir predicando que las restricciones al tráfico van contra la economía, se llame comercio o se llame servicios. Si fuéramos capaces de cuantificar mínimamente los costes del modelo vigente correríamos a toda prisa a poner remedio, como vienen haciendo otras ciudades desde hace más de tres décadas, con gobiernos de uno u otro signo.

Los cambios para la gente que se pueden ver de la noche a la mañana en nuestras calles, muestran que hay una opinión abrumadoramente favorable, que contrasta con los retrasos y temores injustificados de algunos gobiernos locales para devolver el espacio público a los ciudadanos.

Saludemos pues la nueva etapa que se abre en nuestra ciudad capital, que puede estimular a otras de menor tamaño „somos un país de ciudades„ donde todavía es más sencillo revertir la situación. Observemos con qué alegría y normalidad la gente toma la calle, y cuán anacrónico resulta „pienso mientras camino por la plaza libre del ayuntamiento y miro al suelo„ tener que sortear a diario isletas, semáforos, pinturas, señales y demás obstáculos, que nos conducen con estrés como si fuéramos rebaños por la ciudad.

¿Existe todavía alguna duda de que, como señala Fred Kent, cuando se diseña para los coches y para el tráfico, se consigue más coches y más tráfico y cuando se diseña para los espacios y la gente, se consigue espacios y gente?...