El domingo pasado me acerqué en bici al Mercado Central. Me encontré con una calle peatonalizada: maceta/contenedor/maceta/contenedor€ Unos franceses junto a mí miraban perplejos€ Unos de ellos comentó: «¿Contendrá algún símbolo esta disposición? A los valencianos les gustan mucho los símbolos, tienen una fiesta peculiar, las Fallas€». Quedó pensativo, pero continuó: «Seguramente quiere decir: la basura junto a las plantas contienen el realismo de la ciudad». Levantó la vista, seguí su mirada hacia la Lonja, majestuosa y bella. Luego también miró al mercado: «Dos épocas bien distintas», comentó, «el gótico frente al modernismo€ Pero€ ¿esto?» preguntó mirando a sus acompañantes y a la sumisa fila de contenedores/plantas.
Recordé que no le había enviado un libro de poemas al concejal de Movilidad€ Para evadirme fui al Ensanche, pero sin bici, porque no hay carril... Las ciudades cambian; los tiempos y el poder dejan su huella. Caminé por sus amplias calles; me sentía en otro momento, pero en el mismo espacio€ Me vino al pensamiento que en la Valencia de principios del siglo XX se percibía la preocupación por el urbanismo que desde el siglo anterior venía implantándose. A la ciudad hasta entonces amurallada le sucedió una ciudad abierta con agua potable, inicio de alcantarillado, tranvías eléctricos€ y nuevos barrios trazados a línea, donde se acomodó una nueva burguesía que había alcanzado un estatus considerable, gracias al comercio y a la exportación. Un nuevo impulso equilibrado se imponía y yo necesitaba ese equilibrio geométrico. Estos grandes espacios insinuaban el gusto de la época y de esa nueva sociedad más moderna. Se dieron tres tipos de modernismo: el que siguió la línea sinuosa que utilizaba la ornamentación de motivos vegetales y floridos de influencia Art-Nouveau; el historicismo continuador del modelo del siglo XIX, pero con un mayor colorido e imaginación, influido por Cataluña; y el de la Secesión de ascendencia austriaca.
El ensanche de 1887, de los arquitectos Calvo, Ferreres y Arnau se mantuvo en sus líneas fundamentales. Y en 1912 se aprobaba otro proyecto que agrandaba la ciudad, incluyendo el poblado de Ruzafa realizado por Mora Berenguer, uno de los arquitectos que más influyó en la arquitectura valenciana, y el ingeniero Vicente Pichó. Los nombres de arquitectos de aquel momento jugaban en mi memoria€ En Grabador Esteve estaba el primer edificio de Goerlich, con elementos decorativos que recuerdan a la Secesión Vienesa. Goerlich fue uno de los más importantes arquitectos que tuvo Valencia durante ese periodo.
Me detuve en Jorge Juan: la bonita casa en la que vivió Pere Maria Orts, me trajo recuerdos de inquietas inseguridades en donde apoyar las dudas y descansar€ Su racionalidad y equilibrio estaban patentes en ese majestuoso edificio perteneciente al denominado «estilo francés», que recuerda al «Grand Siècle». Su arquitecto: Rodríguez Martín, ordenó simétricamente el eje del chaflán, rematado por unas buhardillas de pizarra que remiten al París de finales del XIX o principios del XX.
Frente a mí, impertérrito ante las andaduras de los humanos, estaba el mercado de Colón. «Volveré», le dije y retomé los pasos hacia el olvido de las primeras horas de ese domingo que me llenó de perplejidad.