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Una muestra que vale la pena

El genio de Benimàmet

El pintor Francisco Mir Belenguer abre una exposición antológica de toda su trayectoria pictórica en la plaza Luis Cano, en Benimàmet. Una muestra magistral de su amplia carrera, desde los inicios hasta las últimas obras

El genio de Benimàmet

Francisco Mir Belenguer ha abierto una exposición antológica de toda su trayectoria pictórica en la plaza Luis Cano, junto a la estación del metro de Benimàmet. Todas las tardes, de seis a ocho, nos muestra magistralmente una vida rebelde desde sus orígenes hasta la solidez de sus más de ochenta años. El pintor atiende personalmente demostrando estar vivo y bien vivo, dispuesto a plantar cara por el arte y la libertad del ser humano. Sus últimos trabajos a favor de los refugiados así lo atestiguan.

Mir Belenguer nació en Benimàmet el 18 de noviembre de 1934, en un pesebre de la calle Ingeniero Aubán, como un Mesias humilde pero prometedor. Es el gran pintor de esta pedanía de la Ciudad de Valencia que aspira permanentemente a convertirse en pueblo y recuperar su autonomía local. Esta rebeldía innata acompaña a Mir desde su convulso nacimiento en una familia humilde, sin más medios de subsistencia que su trabajo y su tenacidad. Vivió durante muchos años en una bohardilla de la calle Campamento número 13.

Bajo el rugir inmisericorde de los bombardeos guerracivilistas y entre el marasmo de la posguerra, Mir Belenguer mostró enseguida dotes prodigiosas para el dibujo. Conserva sus obras infantiles que ya lo presagiaban. Su padre era pintor mural, él pintaba remates en las esquinas de las paredes, flores y otras ilustraciones, matriculándose también en la Escuela de Artes y Oficios. Pero se impone su incorporación al mercado laboral, y por ello su formación básica es la de un autodidacta, buscando sus propias fuentes de enriquecimiento cultural en la cruel Universidad de la Vida.

En 1949 ya expone en Paterna, y en 1958 triunfa en el Círculo de Bellas Artes de Valencia. Al mismo tiempo destaca como atleta y juega profesionalmente en diversos equipos de fútbol en Xàtiva, Tarragona y Elda. Las lesiones deportivas le obligan a abandonar el deporte y se vuelca definitivamente en la pintura.

Así empiezan sus diferentes fases cronológicas: impresionismo, expresionismo, abstracto, surrealismo, constructivismo, y siendo posiblemente el mejor ejemplo de realismo urbano de Valencia por su gran sensibilidad social.

Primeramente se exilia en Vizcaya para repensar su pintura. Después regresa a Moncada, a un estudio en la Puebla de Farnals, y se encasqueta en una pintura «maternalista» que se rompe al contemplar la obra de su colega Evaristo Guerra. Entonces pasa al paisajismo colorista, pero las deudas le persiguen porque pide créditos para exponer sus obras. Un providencial primer premio en Sagunt lo salva de la ruina y acapara nuevas fuerzas para enfrentarse a su destino de artista diferente.Toda su carrera está apuntalada por el respaldo de una mujer extraordinaria, Vegetación Mayor Martínez, Vege. Se conocieron de adolescentes en Benimámet. Ella era de familia republicana, como su propio nombre indica, rebautizada tras la guerra como Josefa, por imposición católica. Juntos tuvieron cinco hijos que han seguido caminos distintos y exitosos, que son sus principal orgullo vital.

Mir Belenguer ha soportado durante años, y con orgullo, el estigma del «autodidactismo». Las elites culturales consideran a los autodidactas como artistas inferiores a los de una formación académica, aunque bien mirado debieran ser valorados con más categoría, puesto que se han formado a ellos mismos sin las facilidades que han tenido los otros. Ser autodidacta junto con su franqueza y rectitud, le han granjeado las enemistades de los mandarines culturales que permanentemente lo marginaban y ninguneaban. Es un genio, pero también tiene mucho genio.

Su gran venganza pictórica es «La Muerte de la Pintura Valenciana», un lienzo que muestra en toda su crudeza a los talibanes políticos adversos, desde Barberá a Camps, y sus lacayos lagoteros. A ellos atribuye no haber podido poner en marcha su último gran proyecto vital: un gran museo con escuela de pintura para jóvenes en Benimámet. Ofreció ceder gran parte de su patrimonio artístico y bibliográfico para ayudar a despertar vocaciones, apoyando a los nuevos artistas, pero nadie le apoyó.

Sin embargo, él mismo la ha puesto en marcha en este local expositivo, sin arredrarse lo más mínimo. Cabe felicitar a este luchador irreductible, que regala su propio museo en contra de los vientos y los elementos. Ojalá las nuevas autoridades se den cuenta del alto valor de este artista y canalicen institucionalmente su donación. Un museo de arte en Benimámet, con un estudio para gente joven, sería óptimo en un barrio tradicionalmente abandonado por la urbe. De ser periferia se convertiría en corazón artístico de una Valencia culta que, aunque abofeteada, se mantiene firme en sus convicciones. Así es Francisco Mir Belenguer, el genio irreductible de Benimàmet.

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