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Camals mullats

El río de las miradas cruzadas

El río de las miradas cruzadas

Se reconocen y se saludan, desde hace mucho. Ninguno de los dos recuerda cuándo empezaron a tratarse ni el motivo. La cuestión es que se saludan cuando se ven y no suelen pasar de un qué tal. Hacía tiempo que no se veían y se le ocurrió comentárselo. „Es que en cuanto puedo me bajo al río„, le dijo. „¿A correr?„ preguntó ingenuamente. „No, a mirar a los ojos de la gente„. „Estoy harto de cruzarme con gente que va mirando el móvil„ . „El río es otra cosa, es el río de las miradas cruzadas. Miras a la gente, te mira; algunos sonríen, otros te saludan, la gente se comporta como antes se comportaba la gente„. Él se despidió, esperó a que el otro no pudiera ver dónde iba y aceleró el paso para bajar al río a cruzar miradas.

No puede ser casualidad que los turistas que se nos acercan pregunten por el río. En Tripadvisor hay 2.768 opiniones sobre el antiguo cauce del río Turia y, en su inmensa mayoría, laudatorias. Se aprende mucho de los comentarios ajenos sobre lugares propios.

A los foráneos les cuesta entender que haya un río sin agua y que nunca la tendrá. Muchos locales no recuerdan eso de la riada, el Plan Sur, los sellos de veinticinco céntimos, ni su ordenación y ejecución en el bienio 1989-1991.

Los que llegan por intercambio de casas o por airbnb suelen dejar una nota de agradecimiento junto a un regalito. Notas en las que destacan lo que más les ha gustado de la ciudad. Si hubiera coleccionistas de notas constataríamos que la inmensa mayoría menciona el río como lo más destacable de Valencia.

El agujero de la capa de ozono alcanzó su máximo histórico en 2000, veinticinco millones de kilómetros cuadrados. A fecha de hoy se ha reducido en cuatro millones. Se prohibió los clorofluorocarbonos, se sustituyeron por otros igual de eficaces pero inocuos para la atmósfera. Millones de cánceres de piel se han evitado. En una mínima parte, seguro, pero algo habrá influido esos ocho kilómetros de zonas verdes de nuestro cauce del río. Será una gota en el océano pero sin gotas no hay océano.

Vale la pena recorrer el río de cabo a rabo. Pasar bajo sus dieciocho puentes andando, corriendo o en bicicleta. Recorrerlo desde el Parque de Cabecera hasta Astilleros cruzando miradas de gente tranquila, relajada, sonriente. El ruido se amortigua, el estrés se reduce. No hace tanto que las familias se preocupaban si sus hijos bajaban al río. Parecía que acechaban todos los peligros. Hoy los empujan a que respiren aire del bueno.

Cada uno de ellos, por separado, descubrió que había nacido para correr. Ella y él, que salían a correr casi a la misma hora, empezaron a coincidir al acabar. Bajaban al río y se adelantaban o se emparejaban. Siempre se sonreían. Él la echaba de menos cuando, por lo que fuera, no la veía. Ella notó que le ponía de buen humor que él le pusiera cara de cordero degollado. Les gustaba verse sudados. Como una cosa lleva a la otra decidieron que les casase un alcalde corredor. Él sigue corriendo, ella algo menos por una absurda lesión. Hace años y se siguen mirando a los ojos al hablar.

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