Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Playa del Grao

Balnearios marítimos y baños de ola

Los científicos de Europa ya durante el siglo XIX elogiaron sobre los beneficios que tenían las aguas marinas por sus efectos terapéuticos

Si bien los autores griegos y romanos ya mencionaron las cualidades del agua marina para la salud, la percepción del clima y el entorno marítimo en la Edad Media fue totalmente negativa. Hasta mediados del siglo XVIII no aparecen algunas publicaciones sobre los efectos beneficiosos del agua de mar, pero es en el siglo XIX cuando las corrientes científicas provenientes de Inglaterra y Francia hacen propagar sus efectos terapéuticos y comienzan a recomendarse los primeros baños de ola para combatir las enfermedades circulatorias, el asma o la depresión. En toda Europa comienzan a proliferar balnearios marítimos y casas de baños marinos, que acaban por convertirse también en nuevos lugares de recreo y ocio.

Las primeras noticias de esta práctica en Valencia datan de 1795, cuando José Antonio Cavanilles, en su obra Observaciones sobre la Historia Natural, menciona a la playa del Grao —de arena y en cuesta muy suave— como lugar donde acudían desde hacía algunos años los vecinos de la capital a bañarse. Periódicos locales, como el Diario de Valencia, no ignoran el éxito de este reciente hábito y desde 1801 comienzan a publicar recomendaciones sobre el baño. Con la generalización de la nueva práctica del baño, bastante inusual hasta el momento, se hizo precisa una regulación específica, y desde 1803 hay constancia por escrito de normas sobre los lugares y horarios para los baños, así como las vestimentas necesarias para tomarlos. Se hace especial mención a las zonas concretas para bañarse y se fijan sectores para cada sexo.

Señala que los hombres deben bañarse con calzoncillos blancos u otra cosa con la que no se ofenda el pudor y las mujeres al menos con camisa y tapados los pechos. El horario también estaba regulado y quedaba establecido desde el amanecer hasta las ocho de la mañana, desde las doce a la una y desde las seis hasta las diez de la noche. La progresiva afluencia de gente a las playas determinó la aparición de las primeras instalaciones para proporcionar asistencia a los bañistas. De esta manera surgieron las barraquetes de baño o de nadar, ya presentes en los años treinta del siglo XIX. Inicialmente eran construcciones sencillas de lienzo pintado y techumbre de cañas distribuidas a lo largo del litoral, numeradas y con una divisa particular con bandera. Su servicio consistía en facilitar un lugar para cambiarse, así como proporcionar y vigilar la ropa mientras se realizaba el baño. Con los años se fueron perfeccionando y pasaron a ser de madera con cubierta de lona e instalaron tinas para tomar baños fríos o calientes.

Desde el principio se incluyeron, como complemento detrás de las barracas, figones o bodegones que ofrecían fiambres, refrescos, chocolate y comidas de campo. Célebres fueron algunas como El Sol, La Mar, La Palma, La Muñeca, El Barco, La Florida, La Paz, La Perla, El Globo, El Áncora o Rosaura. Aunque las barraquetas fueron originarias de la playa de Levante, también las hubo en la de Nazaret desde 1912 y en la playa de Caro hasta ser desplazadas por el inicio de la construcción de los nuevos astilleros en 1917. En la segunda quincena de junio, tras la solicitud para la instalación de estas barracas, el orden para su ubicación se sorteaba anualmente, quedando convenientemente separadas por sexos según se destinasen a hombres o mujeres. Al finalizar la temporada de baños, en la segunda quincena de septiembre, se desmontaban y almacenaban hasta el siguiente año. Pero, tras un temporal acaecido en 1923 que las asoló, se gestionó una petición para construirlas de obra.

En octubre de 1924, mediante Real Orden, se admitió la solicitud para instalarlas en el terreno comprendido entre el Balneario de las Arenas y el edificio de los Dock, quedando 22 baños para señoras, 14 para caballeros y 9 merenderos que fueron construyéndose progresivamente hasta después de la Guerra Civil. Estas construcciones representan el origen de los actuales negocios hosteleros de la avenida de Neptuno.

Las barraquetas proporcionaban servicios para las personas que iban a tomar los baños de ola a mar abierto, pero la necesidad de hacerlo fuera de la mirada de los curiosos propició las primeras instalaciones a cubierto ubicadas en el mar. Inicialmente se trataba de rudimentarias edificaciones de madera sobre el agua, donde se habilitaban unas zonas delimitadas de baño en grupo o bien con departamentos privados. Las primeras referencias datan de 1835, situadas dentro del mar en el extremo del contramuelle del puerto, consistían en una construcción entoldada con diez cuartos independientes para cambiarse y un espacio para baño general sin poder ser vistos desde el exterior. En el mismo lugar, en 1851, se sitúa un cercado cubierto con capacidad para 50 bañistas -solo para las mujeres- que debían abonar un real de vellón por la entrada.

Estas mismas edificaciones también se ubicaron en la zona comprendida entre el contramuelle y la desembocadura del Turia, en el mar, aunque abrigadas por el arrecife que había a continuación del contramuelle, que le proporciona unas aguas tranquilas. Eran los denominados Baños de Diana o Caro, que en 1851 ofrecían departamentos para señoras y caballeros, con un fondo de agua de tres palmos, a los que se accedía por medio de un largo puente desde un gran salón de descanso situado en la costa. Contaban con cuartos particulares con o sin baño y podían proporcionar alquiler de prendas y servicio de guardarropía. Al año siguiente fueron mejorados con un toldo de protección en el baño general, cómodos cuartos alrededor para vestirse, lanchas de paseo y auxilio, cables o cuerdas para bañarse fuera de los baños y una fonda de mampostería para comida con un espacioso salón para fonda-café y posibilidad de tinas.

Siguiendo las costumbres europeas, en 1863 nace La Florida, un gran establecimiento de baños flotantes construido por el arquitecto Sebastián Monleón y propiedad inicial de Pedro del Diestro y Lastra, que se colocaba en el interior de la dársena del puerto. Era un edificio de madera de 150 pies de largo por 100 de ancho al que se accedía a través de un puente desde la playa. Sus servicios incluían un baño general para hombres, otro para mujeres y cuarenta baños particulares. Disponía de varios salones para descanso, reuniones o actos festivos, así como café y comedor. Se botaban todos los años en el interior del puerto, hasta que en 1886 pasaron a la playa del contramuelle de poniente. 1917 fue el último año en que se instalaron.

Ante el éxito obtenido, en 1867 aparecen unos nuevos baños flotantes, algo más modestos, promovidos por Mateo Belenguer Lumbrau y Lorenzo Belenguer Lluesma a los que denominaron La Rosa del Turia. Sin embargo tuvieron un final trágico, ya que el 29 de julio de 1869 se produjo el hundimiento de la parte central de las instalaciones y del puente que los unía a tierra debido a la congregación excesiva de público. El resultado fue catastrófico: alrededor de 12 personas perecieron como consecuencia del accidente. No debió desanimar este accidente, pues en 1871 se establecieron los terceros baños flotantes bajo la denominación de La Estrella, que quedaron situados junto a La Florida. Algo menos pretenciosos, llegaron a ser especialmente populares, persistiendo hasta 1889 en la dársena del puerto. De igual manera que los anteriores, ofrecían baños y servicio de vestuario.

En 1887 se instala por primera vez en la playa de poniente junto al contramuelle el balneario La Perla, que contaba con dos balsas destinadas a baño general con agua de mar que era bombeada desde el antepuerto. En el edificio disponía de cuartos particulares con baños de tina y café-restaurante. La entrada de 25 céntimos de peseta daba acceso al baño general, mientras que para los baños en tina había que abonar otros diez céntimos. La actividad de los baños perduró hasta 1911, un año menos que el restaurante.

Un paso importante en las instalaciones balnearias marinas supuso la construcción de Las Arenas, que se inaugura el 29 de junio de 1888 por iniciativa de Antonio Zarranz Beltrán inspirado en las playas francesas. Ya desde sus inicios fueron unas grandes instalaciones que constaban de un pabellón de madera con una fachada de 130 metros con múltiples servicios: galería-café, salón de tresillo y lectura, restaurante y pabellón de conciertos. Un espacioso jardín que llegaba hasta el mar rodeaba al edificio y daba acceso a los setenta cuartos de baños para ambos sexos, diez baños de tina con agua dulce y de mar, cuartos particulares y generales así como departamentos de hidroterapia. En la sección de baño general había otra galería y debajo de ella un gimnasio higiénico.

En octubre de 1921 quedaron ampliadas las instalaciones con la aprobación de las obras realizadas por el ingeniero Fructuoso Iranzo para la construcción de dos edificios inspirados en los templos griegos. El de la zona norte estaba destinado a restaurante y baños para hombres, y el del sector sur, para baños de mujeres en los que se tomaban los baños de agua de mar, de vapor y de algas. Y no menos espectacular fue el pabellón acuático de madera en forma de cruz inaugurado el 28 de junio de 1922, que había sido diseñado por Carlos Cortina Beltrán.

La última construcción balnearia que se realizó en la playa del Cabanyal la promovió Francisco Alfonso Ibarra y fue inaugurada el 24 de julio de 1920 con el nombre de Termas Victoria. Dispuso de un doble uso: en la planta baja se situaba la estación termal, con los baños de mar naturales o calientes y de algas típicos de la época en pilas de mármol. En la zona superior se encontraba un suntuoso restaurante acristalado con un espacioso salón al que se ascendía por unas amplias escaleras.

La playa de Nazaret albergó así mismo tres complejos de baños construidos a mediados del siglo XX. El primero y más importante fue Benimar, un proyecto del año 1941 realizado por el arquitecto Leopoldo Blanco Mora para Arturo Cruz Burguete, en un terreno a una distancia de treinta y cinco metros de la línea de mar.En origen constaba de tres plantas: la baja con merendero, despachos con taquillas, y departamentos para baños; la planta superior donde se ubicaba el restaurante, pista de baile, cocina y aseos. Y la última planta se destinaba a la vivienda del encargado de la vigilancia del edificio. Completaron la instalación los jardines y las amplias zonas para equipaciones deportivas.

Otras dos construcciones similares, aunque de menor entidad, fueron Mar Azul y El Lago, que compaginaron igualmente los servicios de hostelería y baños. Como hemos descrito, la oferta balnearia fue importante, y los diferentes medios de transporte facilitaron desde muy temprano el acceso a las playas, aunque algunas circunstancias podían condicionar el traslado. De ahí surgió la original idea de servir a domicilios particulares el agua de mar, y de esta forma, por siete reales, el señor Amat en 1875, proporcionaba quince cántaros para poder hacer uso privado la persona que lo precisara.

Compartir el artículo

stats