Dos días después de que la conselleria de Agricultura, Elena Cebrián anunciara que volverá a autorizar este año la quema de la paja del arroz con restricciones que determinarán en qué momentos y qué zonas se puede prender fuego a los rastrojos que quedan en los campos tras la recolección del cereal, ayer se descolgaba en su blog Julià Alvaro, secretario autonómico, con el lema: «l´arròs de l´Albufera, ni cremar-lo, ni ofegar.lo». Alvaro explicaba que por la mañana había tenido una

una reunión con José Fortea y Enrique Bellido, de la Comunidad de Regantes de Sueca. «Aunque la reunión era para hablar de la acequia, tocamos dos cuestiones más. La primera, la quema de la paja del arroz; la segunda, los niveles de agua del lago de la Albufera», apuntaba Alvaro.

Los arroceros defienden, año tras año, la conveniencia de quemar el conjunto de la paja que se genera en el entorno de la Albufera, alrededor de 80.000 toneladas, en las más de 15.000 hectáreas de cultivo. « Nosotros ya hemos repetido más de una vez que no será así, que la quema masiva del año pasado no puede ni debe volver a repetirse», explicaba Alvaro.

« Llevamos un año, desde mi secretaria autonómica de Medio Ambiente y Cambio Climático, buscando fórmulas para la retirada de la paja pero no ha hay forma de que nadie asuma el coste del proceso. Las ayudas agroambientales de la Unión Europea a los agricultores contemplan precisamente pagos por no quemar y, sólo excepcionalmente, se podría permitir la quema en caso, por ejemplo, de riesgos de sanidad vegetal que los informes no corroboran», comentaba.

Para Alvaro hay otras alternativas a la quema que son las que, allí donde sean posibles, es necesario implementar: triturado, «fangeig» o renovación del agua. «De cara al mes de octubre, la quema debe ser no la única posibilidad sino la última posibilidad y, para los próximos años, dicha posibilidad cada vez debe usarse menos. Todos debemos implicarnos en la búsqueda de fórmulas que permitan la retirada de la paja porque también supondrá un beneficio para todos. Los efectos contaminantes de quemar tanta paja significan más de 2.000 toneladas de CO2 a la atmósfera y un problema de salud importante para la población del entorno de la Albufera», todo ello, pese a que la consellera Cebrián admitía que «a corto plazo no hay solución».