Unos puentes peatonales cuidados, ornamentados con plantas autóctonas y con acceso sencillo por escalera, rampa o elevador. ¿Por qué no podrían suponer el escaparate de presentación de València para quien se adentra en la ciudad por la avenida del Cid? La capital sueca, Estocolmo, iniciará, en 2018, un plan de aceras elevadas, considerado como proyecto innovador para «caminar flotando» por esta urbe, para relajarse sin soportar el tráfico viario. En cambio, el Ayuntamiento de València gastará casi medio millón de euros en destruir gran parte de sus pasarelas peatonal es.

El equipo de gobierno local se ha empecinado en eliminar este legado con una cincuentena de años de recorrido bajo las premisas de que su supresión contribuirá a «pacificar» (símil antibelicista repetido hasta la saciedad desde la Concejalía de Movilidad para aderezar cualquier actuación) el tráfico, que supone una dificultad para personas con movimiento reducido y que se eleva como una barrera física en la conexión de las barriadas.

La realidad contrasta con esas afirmaciones. Estas pasarelas han facilitado, durante décadas, el trasiego de vecinos desde la calle Tenerife hasta el centro de salud de Pintor Stolz, desde los aledaños de Castán Tobeñas hasta el mercado ambulante de los miércoles o el minorista de Castilla, o desde el colegio Pureza de María hasta el Hospital General de Valencia, por poner algunos ejemplos de lugares transitados a ambos lados.

La opción alternativa y sumamente arriesgada la constituye atravesar los cuatro (y hasta cinco en algunos tramos) carriles por sentido de la avenida del Cid, sin regulación adecuada de semáforos. Los puentes garantizan la seguridad del peatón y reducen los atascos de tráfico que provocaría multiplicar las señales de parada.

Cierto, la rampa de las pasarelas tiene una pendiente demasiado pronunciada para personas con movilidad limitada. Bastaría instalar en su base un ascensor como el ubicado en numerosas (todavía bastantes carecen de esa plataforma de acceso) entradas de metro. Por otro lado, el carril bici que se propone como medida para «pacificar» el tráfico no tiene en cuenta a incontables vecinos que, ya que sea por su juventud o edad avanzada o por padecer cualquier problema físico o psíquico, no pueden subirse sobre una bicicleta y conducirla.

Retornemos mentalmente a la propuesta de pasarelas peatonales reformadas y ajardinadas, que, con su frondosidad, supongan una bienvenida relajada para quien entra en Valéncia con estrés por el tráfico de la A-3. Que dispongan de pequeños bancos desde los que contemplar el fluir de personas y vehículos. Que cuenten con elevador de acceso. Sobre una avenida del Cid mejorada bajo los moldes de bulevar. ¿Por qué no puede ser la solución?

Las pasarelas se han asentado como un elemento estético y práctico, que forma parte de la cotidianidad de numerosos vecinos de la ciudad. ¿No sería mejor, siempre bajo la asesoría arquitectónica experta, consultar a los afectados y preguntarles su opinión? En lugar de destruirlas, el futuro de estas pasarelas podría pasar por modificarlas, por adaptarlas a una ciudad más verde y acogedora.