La utopía de viviendas comunistas en la Malva-rosa

Un libro de Bianca Cifre y Clara Che indaga a través de entrevistas con vecinas y antiguas vecinas en la historia de uno de los complejos residenciales más fascinantes de València

Claudio Moreno

Claudio Moreno

“Antes todo esto era huerta” es una expresión nostálgica llevada a la parodia. Lo dice uno mirando en lontananza y sonríe. Porque quizás fuera todo huerta, pero ya no se está para fotos viejas. El caso es que los residentes de varias fincas color salmón en la Malva-rosa pueden decir sin miedo al equívoco que un día estuvieron completamente rodeados de parcelas productivas y también pueden ensalzar el pasado, porque viven en uno de los lugares más fascinantes de la ciudad. 

Su historia la cuentan Bianca Cifre y Clara Che en ‘Grupo Residencial Malvarrosa, vivir colectivamente’, un vistoso libro editado Festiu con textos de Clara Sáez. El relato coral trenzado mediante entrevistas con vecinos, exvecinos y el hijo de Alberto Sanchis Pérez –el arquitecto– habla de dos fincas levantadas en el tardofranquismo para familias de economía modesta. Y los edificios destacan tanto por el perfil sociológico como por su concepción arquitectónica

El ‘Grupo Residencial Malvarrosa’ fue apodado la “manzana de los comunistas” porque muchos de sus primeros moradores pertenecieron al Partido Comunista de España, y en menor medida a los sindicatos CGT, CCOO y UGT. El edificio de 1972 se creó en la calle San Rafael como cooperativa a base de encuestas para conocer las necesidades de sus inquilinos. Se les preguntó cómo vivían y cómo querían vivir en entrevistas que llegaban a tocar cuestiones íntimas; una indagación a fondo para adaptar el piso a la costumbre, no al revés.

En lo arquitectónico las 68 viviendas del primer edificio y las 89 de la segunda están caracterizadas por su estructura modular, con separaciones removibles, muebles de obra, alturas escalonadas y luz natural en cada piso. El proyecto lecorbusiano de Alberto Sanchis Pérez apostó por una austeridad exterior que esconde casas en dobles y triples alturas absolutamente funcionales, inspiradas en las ideas de Aldo Rossi o Ricardo Bofill (véase la Muralla Roja de Calp). 

Y en la confluencia entre ambos aspectos el libro sitúa el laberinto de pasillos diseñados para conectar a todos los habitantes y, de paso, facilitar su huida de los agentes infiltrados. De hecho, una de las vecinas cuenta a las autoras de ‘Grupo Residencial Malvarrosa’ que en las reuniones vecinales siempre se colaba una persona del régimen para controlar que la conversación no fuera por derroteros políticos. 

El grupo residencial rodeado de huerta en el momento de su construcción

El grupo residencial rodeado de huerta en el momento de su construcción / Archivo personal de Amparo Bascuñán

Porque en el grupo de viviendas había mucha reunión y mucho espacio colectivo. El arquitecto diseñó una planta cero con escoleta, biblioteca y gimnasio. Además incluyó el local de la Asociación de Cabezas de Familia, la cooperativa de familias modestas y progresistas para las que fue diseñado este singular complejo. En este local se organizaban talleres de espeleología, teatro, ballet o fotografía, actividades poco comunes en la época. También se perpetró un ataque ultraderechista que los Guerrilleros de Cristo Rey reivindicaron en 1974. Finalmente, el local cerró y renació transformado en la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Malvarrosa. 

“La gente era más luchadora. Con la presión de la dictadura se juntaban a escondidas. La idea era tener una vivienda donde poder disfrutar de tu casa y tus vecinos, no una casa dormitorio donde vas a comer y dormir. Ahora la gente no sabe ni quién vive en el tercero. Se intenta optimizar todo, sales de ascensor y no quieres cruzarte con tu vecino, con ese pensamiento se construyen hoy las fincas”, reflexionan los vecinos de la manzana de los comunistas. 

"Hay otras formas de vivir y convivir"

Preguntada por su obra, Bianca Cifre cuenta que se interesó en el proyecto de libro cuando entró por primera vez al complejo residencial. "Nunca había visto nada parecido, pero la sensación fue agradable; los colores, la luz, las puertas, todo me recordaba al verano, y aún no había pasado del rellano", relata Cifre. "Más adelante, tuve la suerte de visitar diferentes casas de los dos bloques, y pese haber visto tantas, la sensación de asombro es siempre recurrente. A nivel visual, arquitectónico y de diseño, las fincas son únicas, pero cuando ya indagas y descubres su historia, sus inicios, su ideología, sus proyectos sociales, la relación con las luchas vecinales del barrio, y a sus vecinas, tienes el deber de compartir esta historia con el resto. Quería utilizar mi Trabajo de Fin de Máster para dar a conocer y conmemorar la historia y el presente de este proyecto", añade.

De esta experiencia literaria la autora se lleva el hecho de saber que hay otra forma de vivir, convivir, diseñar y construir más humana. "El Grupo Residencial Malvarrosa es un ejemplo de la posibilidad real que hay de crear otras alternativas arquitectónicas y de vivienda. Como ya comentamos en el libro, damos las gracias a todas aquellas personas que, mediante su palabra o sus recuerdos, han aportado material a este trabajo. Pero también agradecerle a todas aquellas que formaron parte de la Asociación Cabezas de Familia, a la gente que trabajó en la construcción, a las profesoras de la Escoleta, a las personas que donaron libros, y a las vecinas que vivieron y que viven, hicieron y hacen de estas fincas un lugar digno y colectivo en el que vivir y compartir. Estas personas imaginaron y lucharon por crear una sociedad más justa, igualitaria, y humana en la que convivir, y personalmente, creo que ese debería ser el camino a seguir", reflexiona Cifre.