Mañana 12 de octubre no saldré a cazar. Si hace unos años me lo hubieran dicho, no me lo hubiera creído porque siempre he sido un loco de la caza. He antepuesto la caza a muchas otras cosas. No es que haya dejado de gustarme cazar, me sigue gustando y mucho, pero cuando se pierden las cuadrillas, ya no es lo mismo. Desde que Ramón Ferrero sufrió un ictus, las cosas cambiaron y la cuadrilla se deshizo. Él era un poco el alma mater de todo el grupo. Durante muchos años hemos ido a cazar a Peñadorada, en Ossa de Montiel. De los ocho que éramos inicialmente han fallecido dos: Miguel Ferrero y Miguel Ferrer. Creo que solo Pepe Mora, continúa cazando. Al resto les he perdido la pista, pero creo que ninguno caza ya: Nacho, Antonio, Colo, Calero, Salva, Ernesto,…

Yo después de que Ramón sufriera el derrame cerebral todavía fui un par de veces durante la media veda. Luego me lo dejé porque está muy lejos. Ahora es su hijo Genaro, el único que continúa yendo al coto y me ha dicho más de una vez entrar juntos en Peñadorada.

De hecho entré un año con él, pero cazar solo dos personas es complicado, aunque el coto sea pequeño porque las perdices te torean. Cuando íbamos la cuadrilla al completo, nos dividíamos en dos grupos, previo sorteo. Unos cazaban en una parte de la finca y los otros en la otra  y dejábamos el centro para el final, que era lo más apetecible porque allí se concentraba toda la perdiz que íbamos volando. Entonces sí se mataba caza, mucha perdiz revoloteada o enviada.

Al ser un coto pequeño de unas 400 hectáreas había que entrarle bien a las perdices, cogiendo el linde y con el aire a favor porque a la mínima que te equivocaras las sacabas fuera del coto y ya podías dar la jornada por terminada.

Lo bueno de esta cuadrilla es que ya llevábamos mucho tiempo cazando juntos, con lo cual había cierta compenetración entre nosotros. Aunque cada uno tenía sus preferencias de compañero de grupo.

Seguramente habrá gente que prefiera cazar solo, pero personalmente lo encuentro muy aburrido.

Ramón y yo íbamos bastante fuera de la temporada a llenar los comederos y a echar un vistazo a la finca. Nos gustaba ir aunque no fuera a cazar. Peñadorada es de las mejores fincas de caza que he conocido en mi vida. Muy completa. Tenía un poco de todo: perdiz, liebre, tordo, patos, codornices, torcaces, tórtolas y, sobre todo, mucho conejo. Había mucho majano que servía de refugio a los rabudos. Yo he disfrutado mucho primero con Rocco, un magnífico braco alemán, que trabajaba muy bien de nariz y cobraba de maravilla. La de conejos que le he matado de muestra. Era muy obediente, pese a que se alargaba un poco, normal en esta raza de perros, que suelen ser bastante potentes y cazan mucho de nariz. Nunca me ha gustado ponerle collares. De hecho, nunca he tenido ninguno.

Al fallecer Rocco, bastante tiempo después tuve a Sénia, una preciosa labradora negra, que no le iba a la zaga. Espectacular aunque ahora ya está retirada por una dolencia en la cadera. Por aquellos años yo salía mucho a cazar. Desde que se abría la veda, no había sábado que no fuera, ya podían caer chuzos de punta. Durante la media veda tampoco perdonaba ni un viaje.

Cuando Ramón dejó de venir, empecé a cazar con Pepe Sala. A Sala lo conocía del campo de tiro de Vallada, pero un día salió el tema de la caza porque él iba a perdiz soltada a Alpera. Yo le comenté de ir juntos a cazar y surgió una buena amistad entre ambos. Disfrutamos juntos un par de años hasta que desgraciadamente falleció. Íbamos un par de veces a la semana a El Bonillo. Primero a Casa Emilia y luego a la Patirroja.

Ahora las cosas han cambiado. Viajar y cazar solo ya no es lo mismo, aunque ahora viene conmigo Syrah, una preciosa labradora chocolate que también lo hace muy bien, aunque para ser labradora que es una raza muy tranquila y caza a la mano, es bastante fuerte. Si no fuera porque tengo a la perrita es fácil que dejara de cazar.

Pero lo atractivo de la caza, a parte de las piezas que puedas abatir es compartir luego esos lances con el resto de compañeros. Las risas que te echas comentando las anécdotas de la jornada, sobre todo cuando has visto a un compañero errar una perdiz enviada que le ha quitado la gorra o una liebre que le ha arrancado de los pies y le ha dejado con cara de bobo.

El taco en medio del campo. Todo allí sabe diferente hasta el pan. En nuestro caso cada sábado llevaba uno el almuerzo. La verdad es que salvo algún episodio desagradable hemos pasado muy buenas jornadas juntos.