El delfín común es un nadador acrobático y veloz que puede alcanzar hasta los 65 kilómetros por hora. Un cuerpo en forma de torpedo, con una longitud de 2,50 metros, y una aleta dorsal alta y delgada son las características singulares de este animal marino tan querido en sus dominios, en los que comparte placton con algún primo lejano tiburón. De cabeza pequeña y más bien alopécico, su boca la conforman entre 80 y 120 dientes cónicos en ambas mandíbulas, ideales para sujetar sus presas, por lo general pezqueñines de poca chicha. La carne del delfín no es muy apreciada, lo que le evita ser servido al pil-pil, pero en ciertas aguas es perseguido con denuedo para evitar que dañe la pesca de la zona. En la libertad de los mares, habita en aguas templadas y se agrupa en manadas de hasta un centenar de ejemplares, que gustan de acompañar a las embarcaciones de humanos predadores haciendo soberbias piruetas circenses, lo que constituye un espectáculo natural que provoca la admiración y simpatía de cuantos los observan.

Mamíferos así, tan globales, tan completos en su formación biológica, sólo los encuentra uno en las aguas calmadas y en los ayuntamientos. El Mediterráneo ha sido un ecosistema proclive a los cetáceos, aunque ya se dejen ver poco, hundidos en la miseria de la contaminación océana, y prefieran nadar hacia horizontes menos degradados, como el mar de Alborán. Alberto Fabra, que ha sido un delfín ejemplar desde 1991, bien lo sabe. El alcalde de Castelló ha nadado catorce años sobre el lomo de una vieja ballena y cuando José Luis Gimeno quedó varado en la costa, en una operación política dirigida a oxigenar las aguas de la plaza Mayor, el delfín coleteó y dio mil cabriolas de regusto.

Pero desde que Fabra el Bueno -como ya empieza a conocérsele en los conciliábulos políticos y periodísticos- gobierna la capital, poco o nada ha mutado. Los grandes pequeños problemas convivenciales, urbanos, ambientales, sociales y de integración cultural siguen estando en la agenda política. Más vivos que nunca. La furibunda maquinaria publicitaria para convertir al alcalde en el salvador de la Patria, hábilmente trazada por las asesorías técnicas del príncipe municipal, y por las de los almibarados cooperantes de la letra impresa, presentan al ciudadano Fabra como héroe cotidiano llevando a sus hijos al colegio, doncel brioso en festejos reales, comensal de suculentos ágapes vecinales a cargo de la cosa pública, regalador de medallas natalicias, etcétera, etcétera, etcétera...

A POR EL «TARGET». El marketing electoral es un oficio en auge. La política ya no es de masas, ahora es de targets, de segmentos sociales a los que dedicarse en alma y publicidad. Los aspirantes a formar parte de la res pública han abandonado la práctica honrada de presentarse a la ciudadanía con la gestión por delante y apuestan por los cinco minutos de gloria televisiva que anulen la conciencia colectivo. El pueblo asiste embobado a la manipulación. Cautivo y desarmado.

No estaría de más que el ciudadano Fabra Part leyese se instruyese en mercadotecnia básica. Cualquier manual será explícito. Cuando los productos no responden a las promesas, el consumidor cambia a la competencia. Cuando se hace publicidad a un mal producto se acelera su fracaso. Cuando aparece un producto mejor, con valores añadidos, la gente empieza a comprarlo para probar. Hay otros delfines y el alcalde ya es un ballenato.