Leerán la crónica de este Villarreal dos Real Sociedad uno y pensarán, con razón, que está gobernada por tópicos. Pero, por favor, comprendan que los tópicos llegan a serlo a fuerza de repetirse como argumentos y a veces, como anoche en el campo de El Madrigal, donde calaba un frío inhumano, agravado por la humedad imperante, sirven para explicar el porqué de los goles, de los sustos y de las derrotas.

También de los triunfos y de los finales felices, claro, como el de ayer, en un partido en el que el local ejerció de local, de manual, y el visitante hizo lo propio definiendo la actitud habitual de los visitantes. Del Villarreal fue la pelota, el dominio territorial, y la mayoría de las ocasiones. De la Real Sociedad el orden, la disciplina defensiva, y la minoría de las oportunidades. Del Villarreal fue la victoria, de la Real Sociedad el lamento.

Los tópicos son aburridos, ya lo sabemos, así que antes de nada compensamos: casi al principio Rossi chutó fuera pero fuerte, y el balón le pilló el dedo a un cámara con la manivela. A Bravo, el portero de la Real, le hizo gracia, y se rió. Luego, hacia el ecuador del primer tiempo, Xabi Prieto se tiró un autopase imposible, se salió del campo y arrolló al árbitro asistente, que recompuso la figura, y el banderín, y dijo OK con la mano, azorado. A la gente le hizo gracia, y se rió, igualmente.

Después de los preámbulos llegaron los goles. Era el minuto 30 y, hasta entonces, la Real sólo había inquietado a Diego López a través de una deliciosa incursión, fina y elegante, del zurdo Griezmann, que nadie acertó a rematar, y en un churro de Estrada que cayó sobre el travesaño. Pero a la media hora, una de esas leyes no escritas del fútbol castigó al Villarreal, que concedió dos cabezazos en su área. En uno, Llorente le ganó el salto a Mario, desubicado. Y en otro, Aranburu se anticipó a Musacchio. El balón tocó, por orden, el larguero, la espalda de Diego López y la red. Gol.

En realidad, el destino del partido parecía discutirse en uno de los peldaños del juego. Justo en el que marca el cambio de nivel de la jugada, en la transición entre los centrales y la medular amarilla. Ahí planteó la Real la batalla, y ahí trufó el campo de minas, haciendo sufrir a Bruno, y abocando al riesgo a un Villarreal que, en cambio, se beneficiaba cuando era capaz de superar esa primera línea de presión.

Así, casi siempre en torno a Borja y Cazorla, se presentó en el balcón del área con ventaja, a menudo. Sin embargo, no fue hasta casi el final del primer acto cuando dio puntada con hilo. Lo cierto es que se antojaba cuestión de paciencia, y la verdad es que lo hizo volteando la situación inicial, pasando de cazado a cazador. Fue el Villarreal quien se camufló para capturar en emboscada a la Real Sociedad, en dos jugadas de mismo patrón, que valieron un partido, tres puntos, y un respiro, una tregua para un equipo, el de Garrido, que necesitaba una victoria para borrar cuanto antes el recuerdo amargo de la sonada eliminación copera.

Fueron dos robos de Cazorla en campo ajeno que embocó Rossi a la red. Pero fueron algo más que eso. Fue la muestra de que las estrellas aparecieron para decidir. Y fueron dos delicias del pequeño Cazorla. La primera, en la conducción en diagonal, y en la lectura de la acción. Dejó pasar de largo el desmarque de distracción de Ruben, y filtró el pase al otro delantero. En la segunda, robó y no necesitó más toques para estirar un pase profundísimo, y letal. Y fueron, otra vez, dos flechas asesinas del menudo Rossi. La primera, en el control orientado y el latigazo seco, imparable. En la segunda, dibujó la ruptura, y marcó templando el tiro, con toda la clase que uno pueda imaginar.

En ventaja, el Villarreal no pudo sentenciar, en parte porque la Real definió la palabra competir, y en parte porque Cazorla, que se topó con la madera, Cani, que chutó un pelo desviado, Ruben, que se pasó de revoluciones, y Rossi, que no pudo más con Bravo, no hallaron el estoque. Enfrente, la Real se levantó de la lona, optimizando recursos, y exigió atención hasta el último resuello –Garrido se tapó con Marchena, y con Cicinho– de un partido que arrancó remolón, para enredarse, complicarse y luego resbalar, y crecer en intensidad y nivel.

En el brete, a la hora de decantarse, fueron los buenos, el factor individual, Cazorla y Rossi, quienes escenificaron la distancia que separa a unos y otros en la tabla, y que separó anoche a los dos equipos en el césped. El talento, incontrolable, que borró la igualdad colectiva, y que le sirve al Villarreal para alargar la impresionante racha como local, recuperar la tercera plaza del campeonato, y hacer las paces consigo mismo.