Algunas cosas y costumbres están abocadas a desaparecer por el paso del tiempo, porque pierden la utilidad social que las motivó o por ser víctimas precisamente de la evolución de la vida y de las nuevas formas de comunicación.

Precisamente por ello, con el objetivo de que sus alumnos conocieran la esencia del lugar en el que viven, un maestro de la Vall d'Uixó, Josep Gargallo, empezó hace muchos años a recopilar información sobre las costumbres, la vegetación, la fauna o los lugares más singulares de su ciudad.

Fruto de ese trabajo de investigación y su interés por las nuevas tecnologías, creó dos blogs en los que recoge por un lado refranes -en elrefranyer.com ya cuenta con más de 40.000- y por otro los populares malnoms que durante décadas se convirtieron en la mejor manera de identificar en la Vall el oficio, el origen, las costumbres, los vicios o simplemente el aspecto de las personas a las que se les atribuían. Conscientes de este interesante trabajo, motivado en una inquietud personal, la asociación cultural Amics de la Vall invitó ayer a este maestro jubilado a impartir una charla en la que compartió sus conocimientos sobre los numerosos malnoms que se utilizaban y en algunos casos todavía se emplean, para dar nombre a los vecinos.

Como consecuencia de su naturaleza docente, Gargallo clasifica los apodos por temáticas, entre los que destacan de manera más significativa los que comienzan con una expresión muy propia de la Vall, «el tio», o «la tia», dando como ejemplos los de «el tio Boro» o «la tia Blaveta».

A partir de ahí solo es necesario identificar un grupo para encontrar multitud de apodos que hacen referencia a él, como sería el caso de los oficios, con «el Chorrero» o «Matilde la del Casino»; las comidas, que dieron nombre a «Breva» o «menjafigues», o los topónimos, «muy útiles en su momento porque ayudaban a identificar el origen de los vecinos», explicó Gargallo, como sería el caso de «el moncofí» o «el maño».

La forma de vestir también podía marcar a las personas de por vida, como le sucedió a «capa» o «el tio sabata», y el aspecto físico no solo era una evidencia de cara a los vecinos, sino que también podía bautizarlos, como pasó con la «abobachics» o «el pigós».

Especialmente curioso fue el nombre que se le dio a una banda de música por la fijación de su director de que los integrantes fueran bien igualados, por lo que pasó a conocérseles como los «benigualets». Incluso las aficiones eran motivo de bautismo popular, dando fe de ello «el caçaoret» o «caruso». Y por supuesto, la fe no estaba exenta de calificativos como «l'escolà» o «les covasantetes».

Menos afortunados fueron los que recibieron su apodo como consecuencia de la burla de sus convecinos: «el tio Sindinero», «el tio branquitas» o «voltabarcos».

De todos los apodos, Josep Gargallo destaca uno de manera especial por curioso: el de la persona que más apodos atribuía a los demás, consiguió que se consolidara para sí mismo: Pepe Soles, dado su empeño en decir que todos tenían malnom, menos él, que era «Pepe a solas, sin más».

El propio Gargallo, que reconoce no tener, al menos que él sepa, ningún apodo asignado, es consciente de que para muchos siempre será, mientras el paso del tiempo lo permita, el nieto de Joaquín «de Rotxil» y Dolores «la Pistola», hijo de José «el xurro», sobrino de Pepe «mineta» y «el Nadalo», y está casado con la nieta de Miguel «de Patas» y Paco «el rullo».