Claman no pocas voces entre la afición, e incluso ilustres colegas, para que se pongan en valor los tres puntos del domingo y se apague ese ruido que envuelve al Club Deportivo y el fútbol prevalezca en los espacios informativos y, por ende, en el imaginario colectivo, porque nada hay más importante en estos momentos que el ascenso, vienen a argüir. «¡¡Volverán banderas victoriosas, al paso alegre de la paz...!!» les falta entonar en esa sinrazón de exaltación tribal que, por mucho que se revista de romanticismo, no parece buscar tan sólo la unidad en pos de un objetivo tan lícito como lejano.

Porque, claro que subir de categoría es importante, como lo fue el año pasado, y el otro, y el de más allá. Pero no encuentro en esta simple victoria, trabajada y meritoria pero justita y poco brillante, motivo alguno para la desmesura cuando el equipo sigue estando a años luz de los registros de campeón que merecemos. Pero, y esto es lo más importante, adivino en lontananza un ardid patriotero que acabará, más pronto que tarde, con el osado planteamiento de que no quieren al Castellón quienes no tragan esta aldaba en forma de unos marcadores, insisto, tan guadianas como cortitos.

Rechazo esa oportunista y envenenada prioridad por una obviedad tan clara que parece haber pasado desapercibido que ni siquiera en el deseable -y obligado, añado- ascenso a Segunda B, nadie puede garantizar la supervivencia de la sociedad anónima deportiva. Hacienda no se conformará con el júbilo, la euforia, la pasión y la ilusión que desbordaremos. Ninguno de esos intangibles cotiza en el mercado de valores. Y, lacónica y amenazante, pasará el recibo del mes sin moratoria ni concesión alguna.

Llegará entonces el presidente -por fin, ya loado y reconocido por el vulgo- anunciando inversores y créditos, proyectos y quimeras que no han dejado florecer los malditos acreedores, para embelesar a los mismos que ahora se han dejado embobar por la matemática clasificatoria a rebufo de su odio a la contabilidad mercantil. Eso sí, nos quedará un bonito epitafio: Aquí yace el CD Castellón (1922-2016), que después de muchas glorias no desfalleció hasta conseguir un último ascenso ¡¡¡a la tercera categoría!!! y murió por no pagar lo que debía.

Y digo yo si, al margen de celebrar la anécdota del triunfo sobre el modesto Crevillente, no nos iría mejor si trabajamos juntos en lo que hoy es de verdad nuestra última oportunidad, la única solución. Encontrar un apoyo material, contante y sonante, al concurso de acreedores y, una vez atendidos los pagos pactados, planificar nuestra realidad deportiva, sea cual fuere el escenario, pero con la satisfacción de haber salvado el legado de nuestros padres y nuestros abuelos, la mejor herencia para nuestros hijos.

Más que el ascenso, lo que cabe exigir a David Cruz es certificar ante notario su plan de viabilidad y, si se comprueba que carece de liquidez o de recursos para alcanzarla, negociar su salida. Huelga decir que no será fácil convencer a quien ha convertido el club en su modus vivendi y todavía espera hacer caja, pactando con Osuna o con el mismo diablo, aguantando carros y carretas, cánticos, insultos y amenazas, que no puedo aceptar como armas por necesario que sea el relevo.

Y es aquí donde, de nuevo, juegan un papel crucial las administraciones, ayuntamiento y diputación. Garantes del patrimonio cultural, social e histórico de la capital y de la provincia, deben exigir pruebas de la capacidad económica de Cruz antes de conceder ayuda, subvención o dádiva alguna. Forzar la ampliación de capital. Y en el interín, buscar ese recambio, coral o individual, antes de que cunda la sensación de que la del pasado domingo, el que viene o el siguiente, qué más da, pueda ser la última ocasión de celebrar un triunfo.