Víctor Pino cumplió 21 años en mayo. Juega a fútbol desde que tenía cuatro. Fue durante mucho tiempo la gran esperanza de la cantera albinegra. Temporada tras temporada, partido tras partido y entrenamiento tras entrenamiento, el fútbol lo era todo. Marcó 50 goles en una campaña antes de emprender, rumbo Villarreal, el viaje de ida y vuelta. Regresó al Castellón con 18 años y ayudó a evitar el descenso a Preferente. Peleó después por un ascenso, el chico de los goles milagrosos, con esa etiqueta de revulsivo que nada le gustaba. Se marchó a Borriol vía Olímpic de Xàtiva, pero no dejó de ser albinegro: sufrió desde la grada de la Bòbila la dramática tanda de penaltis de Gavà. Pese al disgusto, el delantero fue de los primeros en alistarse en el nuevo proyecto. Por el camino, sin embargo, se dejó «la pasión». Ayer colgó las botas de manera imprevista. En la despedida, las palabras suenan tan crudas como impropias de su corta edad. «El fútbol me ha destrozado», admite, «no me hacía bien, me quitaba las ganas de todo. Ha cambiado mi forma de ser y yo no quiero ser así». Víctor Pino se va del Castellón sin rencores, «por motivos personales», agradeciendo «la comprensión» del club. Pino se va porque quiere «ser feliz».

El fútbol lo era todo y ahora no es apenas nada. Nada bueno, al menos. «Llevo unos años en los que no consigo disfrutar del fútbol», asevera Pino, «y no soy feliz». La decisión «no es fácil, ni se toma de la noche a la mañana». «Cuando llegas al fútbol de verdad, es diferente. A lo mejor no he tenido suerte con los entrenadores, no he encontrado a ninguno que confiara de verdad en mí, y eso va mermando la seguridad en ti mismo. El fútbol me afectaba demasiado y ha llegado el momento en el que no me compensa».

El grado de sinceridad brutal de Víctor Pino se ve potenciado por el escenario que envuelve su renuncia. En el deporte, no se suele hablar tan claro. «En torno al fútbol se idealiza todo demasiado», apunta, «a los futbolistas se les ve como dioses o como ídolos, y todos son personas normales como tú o como yo. La vida no se acaba, la vida sigue. Siendo honesto, ahora mismo siento que he perdido años de la mía». Pino empezará a trabajar en una empresa familiar. «Mi pensamiento ahora mismo es olvidarme durante un tiempo del fútbol, despejar la mente. El futuro nunca se sabe. Si me vuelven las ganas de jugar valoraré si merece la pena». Pino debutó en el Castellón en edad adolescente, durante la temporada 2013-14 (1 gol y 2 asistencias en 14 partidos, 9 como titular). En la 2014-15 marcó 6 goles en Liga y 2 en Copa Federación (37 partidos, 11 como titular). Pudo ser su año, protagonista en la remontada del Castellón de Calderé, que lo fue marginando a medida que avanzó la temporada. Pino fue el único delantero que no jugó en una caótica fase de promoción de ascenso, y aún le duele. El divorcio con Calderé precipitó su salida. En la 2015-16, cedido en el Borriol por el Olímpic de Xàtiva, anotó 10 goles en 31 partidos. Esta temporada había contado poco para Frank Castelló, entrenador albinegro. Jugó 4 partidos, la mitad saliendo desde el banquillo. Su último encuentro fue contra el Buñol, el pasado 18 de septiembre.

Pasión rota

Atrás quedan 16 temporadas de goles y sueños. La aventura arrancó en el San Pedro, siguió en el Castellón, donde llegó en edad benjamín, y fue escalando por las diversas categorías hasta firmar un último año apoteósico. Alternó Cadete A, Juvenil C y B y su nombre, con aquel medio centenar de goles, pobló los titulares de prensa. Pablo Godoy, que tuteló su crecimiento en la cantera albinegra, recordaba dos años atrás, en un reportaje, su prometedora estampa: «de pequeñito llevaba ya el brazalete de capitán, era la referencia».

En Vila-real, el chico de los 50 goles se convirtió en el chaval que enamoró a Nihat, ayudante del juvenil. La anécdota la contaba Eder Sarabia, quien fuera entrenador amarillo, ahora en Las Palmas. Sarabia destacaba en el invierno de 2014 el amor de Pino por el fútbol. «Le encanta, es su pasión, y es muy inteligente». Dos años y medio de «fútbol de verdad» han bastado para romperlo.