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Las cuarenta

Sospechosos habituales

En una de sus más brillantes interpretaciones, y tiene muchas, Kevin Spacey dice por boca del tullido Verbal Kint -en realidad el sanguinario Keyser Söze-, que el mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía

En una de sus más brillantes interpretaciones, y tiene muchas, Kevin Spacey dice por boca del tullido Verbal Kint -en realidad el sanguinario Keyser Söze-, que el mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía. Y así de bien le va al ángel caído, merced a esa confianza trasladada y aprovechando la relajación para acabar imponiendo su maldad. Cuando te has dado cuenta, ya no queda tiempo para la reacción.

Malos imitadores de aquel mafioso de Sospechosos habituales, Osuna, Blasco y el resto de la banda, intentaron hacernos creer que íbamos directos a Primera, que tendríamos un estadio de lujo con torres comerciales, una ciudad deportiva de oropel y un fútbol base de ensueño. Todo con la connivencia del PP, o la desidia, que no sé qué es peor. Al final, solo, y lo recalco, solo Sentimiento Albinegro ha perseguido ese expolio que nos ha costado más de 4 millones de euros y un descenso administrativo a la cuarta división del fútbol patrio. Luego, Jesús Jiménez no vino a rematar aquella maquiavélica operación de hacer caja y liquidación, si no a maquillar su participación y trasladar a ingenuos y advenedizos la responsabilidad de tan sucia etapa, que por cierto inició como la actual: forzando la dicotomía entre buenos y malos albinegros. Finalmente, a David Cruz le sobró chulería y le faltó categoría para ser creíble; ahora, habiendo cobrado por dejar un club que nunca fue suyo, pues jamás pagó por él, vive como un patricio y hasta se pasea por la ciudad sin vergüenza.

En esas llegó Jordi Bruixola, con un proyecto que aún no conocen ni ayuntamiento ni empresas -temo que ni sus compañeros de aventura en el club-, empezó arrogándose la representatividad del albinegrismo gracias al concurso de dos incuestionables referentes como Pablo Hernández y Ángel Dealbert, patrimonializó todas las inquietudes y las recondujo hacia la campaña de abonos, y nos hizo creer a todos que lo peor se había superado. La deuda con Hacienda, el déficit acumulado en un millón más -y van cinco-, la ansiedad deportiva.... El infierno no existía, y envió a Vicente Montesinos a convencernos de que quien dudara no merecía este cielo en vida que nos regala el CD Castellón.

Pero la ampliación de capital, cerrada e insuficiente para la supervivencia mercantil, incluso con la promesa indemostrable de que supondrá la expulsión de todos los presuntos delincuentes que han cohabitado en Castalia, no tranquiliza, sólo prolonga una agonía que no merecen las más de diez mil personas cuya fe inquebrantable ha sustentado estos meses.

La película de Brian Synger ofrece el final soñado por Bruixola. El malo deviene incluso un héroe decimonónico por los valores de fidelidad que defiende y escapa de la comisaría en una escena memorable. Aunque nuestra historia está por escribir, las huidas siempre han resultado mucho más grotescas y su factura insondable. Verbigracia Jotajota o Cruz.

El gran favor -inesperado- que se ha hecho a los actuales arrendatarios del club es la mala clasificación deportiva, así, sin ambages ni eufemismos. Puede que un hipotético liderato hubiera consolidado y hasta laureado la extraña operación mercantil que nos presentan. Nadie -tal vez los mismos- la cuestionaría. Hubiera pasado desapercibida. Pero las veleidades del balón abren el panorama de la crítica hacia todos los ángulos posibles, y aún no se entiende que Cruz ­-y Osuna- traguen con la reducción a cero con una aportación mínima del nuevo consejo. Y menos, que nos hagan creer que en el orden de prioridades lo último sea corregir el enorme agujero económico que engulle todo el argumento de su película.

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